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Donald, uno de tantos

¿Qué más se puede decir de Donald Trump? Muy poco. Él es...

31 de octubre de 2016 Por: Víctor Diusabá Rojas

¿Qué más se puede decir de Donald Trump? Muy poco. Él es un personaje sobrediagnosticado, al que, al menos en público, todos dicen odiar. Porque, pese a tantas evidencias sobre su vulgaridad e incompetencia, no podemos olvidar que tiene posibilidades de ser presidente de los Estados Unidos.Mejor dicho, Trump ni está descartado ni mucho menos está solo. Lo único cierto es que está ahí y no es de Marte. Gente como Trump es lo que hay en esta Tierra. Con un Trump a veces chico; a veces, grande; pero Trump al fin y al cabo. Aunque, por física corrección política, se le niega tres veces antes que canten las evidencias. Pero, ¿quién puede objetar que ese tipo representa mejor que nadie los más caros sueños de alguna parte de la humanidad?Igual, en las aspiraciones de ciudadanos comunes (con sus respectivas excepciones de las que usted quizás haga parte, por qué no), que en las de esa otra raza tan particular, la de los políticos. Porque, para ser justos con el propio Trump, hay otros como él y si se quiere, peores. Aunque si tenemos la mala suerte de que gane las elecciones, él se encargará de superarlos, una vez se gradúe, como todos ellos, de ególatra e imprescindible. ¿Y por qué Trump es más la regla que la excepción? Viajemos un poco a su pasado para descubrir que el buen muchacho Donald quería dos cosas que le gustan a casi todo el mundo: dinero y fama. Con el paso del tiempo, el emprendedor se hizo a ellos. Hoy, si Donald tuviera que elegir una sola para llevarse a una isla solitaria, cargaría con la fama. La plata, al fin y al cabo, se consigue, dicen quienes son como él, que sí que saben del asunto.¿Es, en eso, Trump un tipo exótico? Nada. La fama es el charme de estos tiempos. Nadie quiere morir inadvertido. El “¿usted no sabe quién soy yo?” hoy, más que nunca, es tan válido en una esquina de Cali como en una avenida de Boston. En esa misma carrera al estrellato, Trump aprendió además a ser “hábil para los negocios”. ¿Es único? ¡Qué va! Simplemente coronó la ilusión con que se acuestan millones de hijos, casi siempre impulsados por sus padres, ansiosos de verlos convertidos en millonarios, que, suponen, es lo más cercano a la felicidad. ¿Acaso no inventó el señor Trump un programa de televisión en el que se premiaba esa ´habilidad’, y miles de muchachos aspiraron a que él viejo zorro los graduara en fierecillas duchas para los negocios? Ahora resulta que ese mismo Trump no les parece tan ético. A eso súmenle otras debilidades (¿o fortalezas?) bastante aplaudidas. Una, la potestad de llevarse a la cama, por física jerarquía económica o laboral (al final, ambas) a quien está en las escalas inferiores. O la destreza para ponerle conejo a los impuestos.Y si asoma la xenofobia, pues brillante, concluyen. A Donald le parece ideal (pero ante todo, efectivo, en términos e audiencia), mandar construir un muro para que los mexicanos no pasen la frontera, cuando quién sabe si lo que debiera evitar es que se marchen quienes han hecho grande la economía de su nación, los inmigrantes. ¿Es Trump el único xenófobo?, para nada. La xenofobia se vende ahora en cualquier esquina, como la vendieron 80 años atrás otros populistas como él. Y como se han vendido, y se seguirá vendiendo, otras pestes peores por parte de quienes, igual a Donald, hacen del miedo y de la mentira sus mejores estrategias. Por eso, Estados Unidos se juegan enteros la otra semana mucho más que un cargo. Aquí, como en otros momentos decisivos la historia, se decidirá entre dos concepciones de vida. Una de ellas, sin tiquete de regreso, aquella que nos hipoteca a la destrucción.

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