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Comienza la aventura

Entre tantas cosas que en esta pandemia se han vuelto más importantes de lo que antes eran, hay una que alcanzó, si se quiere, valor inusitado: el cine.

11 de octubre de 2020 Por: Vicky Perea García

Entre tantas cosas que en esta pandemia se han vuelto más importantes de lo que antes eran, hay una que alcanzó, si se quiere, valor inusitado: el cine. Quizás nunca habíamos visto en tan poco tiempo tal cantidad de películas de los más diversos géneros, paradójicamente cuando las salas de cine han permanecido cerradas y recién empiezan a abrir, con asistencia restringida.

El increíble desarrollo de la tecnología ha permitido que así sea. Aunque si me preguntan en medio del confinamiento por tantos anhelos en salmuera, entre ellos figura, cómo no, volver a tomar sitio en una butaca en un teatro para sumirnos en ese misterio de horas y minutos en los que olvidamos todo. Al final, ya verá cada uno qué se lleva a casa, por cuenta del eterno milagro de la sensibilidad.

Decía Ettore Scola que “el cine es un espejo pintado”. ¿De la realidad, maestro?: o mejor, ¿de tantas realidades, aquellas que surgen no solo de los autores sino del sagrado derecho de la interpretación? En estos días, en cine foros, tres directores nacionales (Catalina Arroyave de ‘Los días de la ballena’), Carlos Arbeláez (de ‘Los colores de la Montaña) y Carlos Tribiño (‘El silencio del río’) han podido comprobar que lo suyo trae, función tras función, una caja de sorpresas compuesta por las miradas de los espectadores.

Aparte, porque así como esas tres cintas reflejan complejos momentos de la vida nacional, desde hace 125 años, cuando arrancaron las proyecciones, hay una retroalimentación permanente entre historia y cine. Por la sencilla razón de que, tal cual sucede con la literatura, el cine es autobiográfico, tanto por parte de los autores como, lo más importante, resultado de las sociedades en que habitan.

Esos 125 años tienen un nombre, o apellido, propio, Lumière, al que no se le ha hecho justicia. Como muchos, quien escribe creía que sí. Que bastaba con reconocer que los hermanos Auguste y Louis le habían puesto movimiento a esas imágenes tomadas y copiadas miles de veces por su padre Antoine, fotógrafo. Y que en ese acto de creación habían puesto más que sus nombres Georges Méliès o de Alice Guy Blaché, la primera directora.

Y que esos rostros, algunos de alegría y otros de complicidad con quienes operaban esa máquina, puestos en la tan conocida ‘Salida de los obreros de la fábrica’ de Lyon era todo o casi todo.

Ocurre que no. Fue apenas el comienzo de una inmensa obra que alcanza los 1422 cortometrajes, de los que han sido recuperados 1.417. Aquel trabajo ha sido puesto en escena en un documental magistral titulado ‘¡Lumière!, comienza la aventura’. Ahí, mientras se cuenta la epopeya de los hermanos, se dejan ver esas películas de 50 segundos de duración, en los que surge esa otra parte, casi desconocida: la artística.

Ese trabajo, hecho hace más de un siglo, mantiene arriba las tres preguntas que busca cualquier director en la actualidad: ¿Qué quiero contar? ¿Cómo lo voy a hacer? Y, ¿cuál es la mejor posición de la cámara? Es a partir de ellas que van aflorando las respuestas en modo géneros.
Desde el documental sobre la cotidianidad hasta el cubrimiento de lo que hoy es la gran industria deportiva. Y con ellos, el atrevimiento para hacer humor, drama, suspenso, terror; en fin, todo lo que hoy nos lleva y nos trae con propuestas de este mundo en el que unas ideas cuajan y otras no.

Si se anima, busque ‘¡Lumière!, comienza la aventura’. Lo encontré en un canal de pago hace una semana y lo veo anunciado en otro durante esta semana (Cinema+). Es una oportunidad de saber de dónde vienen las cosas y, de paso, hacer justicia a esos que son capaces, para bien, de cambiar el mundo, los realmente imprescindibles.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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