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Brasil limita con África

‘Retorna la calma a Brasil’. Ningún titular más anhelado que ese para...

12 de agosto de 2013 Por: Víctor Diusabá Rojas

‘Retorna la calma a Brasil’. Ningún titular más anhelado que ese para la presidenta Dilma Rousseff y su gobierno, tras el gigantesco movimiento social que en las últimas semanas movió el piso de esa nación y que contó, además, con dos cajas de resonancia insospechadas: primero, la Copa Confederaciones; y segundo, la visita del papa Francisco. En estos tiempos, se diría, muestra tu inconformismo, pero, antes que nada, asegúrate de que muchos lo difundan.Pero la tal portada tendrá que esperar. ¿Por qué? A la vista, la Presidenta hace malabares con tres platos que están en el aire, en un número en el que no puede fallar. Es más, si uno de ellos llegase a hacer al piso, los otros dos seguirían ese mismos destino, por física inercia. El primero de ellos es la propia convulsión que se vive en un país que vio crecer a pasos agigantados su clase media, y con ella la presión de nuevas y mejores condiciones de vida Esa es una constante histórica que, en el caso de Brasil, ha adquirido una dinámica que desborda los alcances de las políticas del actual gobierno. Habrá pues que entrar a tomar decisiones y negociar para que el fuego se mantenga lejos del polvorín.El segundo es el desafío político: ¿Tendrá Dilma la fortaleza para impedir que la nostalgia por el propio Lula no pase de ser un ‘saudade’ pasajero? ¿Logrará imponer su liderazgo frente a quienes, incluso desde su misma orilla política, la ven débil ante los retos que se avecinan? ¿Conseguirá que la admiración sea mucho más que eso y se traduzca en respaldo latente?Y el tercero no es menor: la economía, amarrada como nunca a que la estabilidad y la seguridad, debería ser el espejo del crecimiento, pero también de una paz social, nada fácil de alcanzar en poco tiempo. Aparte de requerir que los mercados mundiales, tan fluctuantes hoy, sean benevolentes con un país que necesita seguir creciendo, sí o sí.Ese podría ser el panorama general, Sin embargo, un nuevo factor despierta más que una pregunta: Brasil acaba de perdonar la deuda que tenían contraída con él doce estados africanos. Más que el dinero (900 millones de dólares) el tema a analizar es el significado de un gesto que, en principio, pondría a aplaudir desde la platea a cualquier entusiasta, sobre la teoría de que un hecho así constituye un ejemplo para los demás grandes del mundo (lo que no dejaría de ser una exageración porque, nos preguntamos: ¿es de verdad Brasil un peso pesado del concierto mundial, o sigue siendo la eterna promesa de toda la vida?).Sin duda, la pasada de página no es otra cosa que la decisión del borrón y cuenta nueva de quien busca convertirse en primera alternativa de ese mercado inmenso. Hace unos días me decía en Madrid un colombiano, conocedor como pocos del tema, que África es una mina para hacer negocios, pero las mordidas, auténticas tarascadas, obligan a salir corriendo. Brasil ha decidido seguir girando a África (entre 2000 y 2012 multiplicó por cinco sus inversiones allí) E incluso lo hace sin miramientos. Basta ver cómo de los doce estados con los que ha decidido ser indulgente, cuatro de ellos (República del Congo, Sudán, Gabón y Guinea Ecuatorial) están presos por dictaduras. Le entra a uno la leve sospecha de que la ayuda, porque lo es, no revertirá en los más desfavorecidos sino que ya duerme tranquila en algún banco suizo. Y lástima también que los negocios no incluyan el concepto derechos humanos.Ahora bien, eso de cerrar el libro en rojo es una determinación autónoma, que tampoco es ajena a vínculos históricos y culturales. Brasil apuesta al horizonte. Nos preguntamos: ¿Acaso más que a la vecindad? Ojalá que no. No sería justo. Y tampoco, sincero.

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