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200 metros, y menos

Mal contados, 200 metros fueron los que separaron hace unos días en el Cauca al presidente Iván Duque y a la minga indígena.

14 de abril de 2019 Por: Víctor Diusabá Rojas

Mal contados, 200 metros fueron los que separaron hace unos días en el Cauca al presidente Iván Duque y a la minga indígena.

Al final, entre las argumentaciones de cosmogonía ancestral que obliga a la presencia de todos o ninguno, por un lado; y la obligación, por el otro, de garantizar la vida del mandatario ante la existencia de plan para atentar en su contra (según la Fiscalía General), quedó en el aire lo que prometía ser el cierre de una crisis.

Es este otro capítulo de silla vacía, evocando el encuentro fallido entre Andrés Pastrana y Pedro Antonio Marín en El Caguán, aquel premonitorio 7 de noviembre de 1999, cuando quien dijo tener temores en torno a su integridad fue el jefe guerrillero.

Podríamos dejarlo ahí, en un nuevo desencuentro en el seno de esta sociedad, si no fuera porque en este país los mismos 200 metros de distancia o si quieren llamarlo mejor ‘los cinco para el peso’, son una de las principales razones por la que nos ha ido como nos va.

Fueron menos de 200 metros (es más, apenas centímetros) los que a la larga impidieron que Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander se pusieran de acuerdo sobre hacia dónde debía apuntar el comienzo de la vida republicana. Que si algo necesitaba era cohesión. Pero no, ya sabemos hasta dónde llegaron las aguas en esa relación, que ya venía mal desde mucho antes y terminó como tanto nos quedó gustando, con el sabor a hiel hasta el último segundo de la existencia.

Y ni hablar del largo trecho restante de ese Siglo XIX poblado de guerras civiles. Y menos de las luchas intestinas en plena batalla por la independencia. Ojalá, ahora con bicentenario abordo, nos contáramos cuánto pudimos ganar unidos antes del Pantano de Vargas y del Puente de Boyacá. De habernos corrido un poco hacia el sentido común habríamos aprendido eso que tanto cuesta: las diferencias son el soporte de acuerdos mínimos en los que prima el bien común, al que se puede apostar sin entregar el ideario.

En el Siglo XX sí que fueron familiares esos abismos insondables de 200 metros que separan al yo del tú.

¿Y si el conservatismo se arrima un poco a la grandeza y no se queda a vivir esas tres primeras décadas muy cómodo en el poder, olvidando que ahí lo había puesto el ejercicio de la fuerza?

¿Y si el liberalismo gana las elecciones del 30, gobierna después cuatro períodos y se mueve 200 metros para no permitir el revanchismo en los campos, esa parte de la violencia que aún está por escribir?

¿Y si luego, en el 46, el conservatismo pasa por entre la división liberal y cumple con un gobierno de unidad nacional en cambio de imponer el terror como ley?

¿Y si, a propósito de los 71 años del 9 de abril, Laureano deja que Gaitán forme parte de la delegación oficial de Colombia en la IX Conferencia Panamericana? ¿Y si, de verdad, el presidente Ospina Pérez escucha la ‘Oración por la Paz’ y hace algo?

Y después, ¿cuántos procesos de paz se quemaron en la puerta del horno (con el mismo M-19 y con las mismas Farc), porque del lado del Estado y de los otros no hubo esa voluntad para corregir 200 metros más allá o más acá? Luego pasó, pero, en el entretanto, ¿cuánta gente quedó atrapada para siempre en el alambrado?

Solo que esa vieja tara no es exclusiva de los círculos de poder. En esta tierra aquello de que no me muevo un milímetro es cotidianidad pura. La consigna general es no bajar la cabeza. Si algo no se perdona es ceder. Eso equivale a ser vendido y pendejo.

Son esos mismos 200 metros de toda la vida que han marcado aquí la diferencia entre ser el putas y ser el tonto. Al costo que sea.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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