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Siempre el narcotráfico

Y luego se recrudeció la guerra de las guerrillas que decidieron convertirse también en organizaciones narcotraficantes e hicieron del terrorismo su modus operandi.

11 de enero de 2022 Por: Vicky Perea García

Comencé en este oficio del periodismo, recién salida de la universidad, en un noticiero de televisión regional. Era diciembre de 1988. Luego trabajé varios años con El País en Bogotá antes de regresar a Cali y establecerme de manera permanente en la ciudad.

Y si hay un recuerdo que conservo de esos comienzos como reportera es la guerra de entonces entre el cartel de las drogas de Cali, en cabeza de los Rodríguez Orejuela y Chepe Santacruz, y el de Medellín comandado por Pablo Escobar y sus lugartenientes. Las vendettas entre esas organizaciones criminales eran, por supuesto, por el control del negocio del narcotráfico, pero se convirtieron en un conflicto entre regiones del que todos fuimos víctimas.

Recuerdo el primer cubrimiento que hice de un atentado terrorista. Bueno, no fue exactamente eso pero tenía la intensión. Un grupo de personas armaba un carro bomba en una casa de Ciudad Jardín sobre la Calle Quinta, y les estalló cuando estaban en el proceso. Eran las dos de la mañana y allá llegué junto a la camarógrafa del noticiero. Las viviendas alrededor quedaron destruidas y partes de los cuerpos de quienes manipulaban los explosivos volaron hasta el campus de la Universidad del Valle, al otro lado de la avenida.

El olor del terror se quedó grabado por siempre en mi mente, esa mezcla de pólvora con humedad y carne chamuscada lo tuve que revivir varias veces en los años siguientes. Como cuando fui la primera periodista en llegar junto al equipo de camarógrafos al barrio Alameda donde pocos minutos antes se había cometido un atentado contra La Rebaja. Otra vez ese olor, otra vez la destrucción, otra vez la tragedia, ahora representada en una madre que lloraba desconsolada en el andén, frente a la cafetería en la que trabajaba. Su niño pequeño, si mal no recuerdo de 2 años, jugaba en la acera cuando explotó el carro bomba. De él quedó poco…

Y así en los años siguientes: bombas en Bogotá, la voladura de en un avión comercial que viajaba a Cali, plan pistola para matar policías, asesinatos de candidatos presidenciales (tres seguidos en las elecciones de 1989), crímenes de altos funcionarios que eran la piedra en el zapato de los narcos. Y luego se recrudeció la guerra de las guerrillas que decidieron convertirse también en organizaciones narcotraficantes e hicieron del terrorismo su modus operandi.

Todo esto viene a colación por el atentado del pasado viernes en Cali a un camión que transportaba policías del Esmad por el sector de Puerto Rellena, el sitio que se tomaron quienes tanto daño le hicieron a la capital del Valle durante las protestas del año pasado y que han sido protegidos -y justificados- por el alcalde Jorge Iván Ospina. El acto terrorista se lo atribuyó el Eln.

Entonces me acordé de los ataques del narcotráfico hace tres décadas y no pude dejar de hilar las situaciones. Que no nos podemos llamar a engaños, porque si algo es hoy esa guerrilla es una organización dedicada al tráfico de drogas. De ese negocio y del de la minería ilegal vive, se mantiene y usa su lucro para seguir causándole daño a Colombia.

Ya lo había pensado en abril pasado cuando después del paro nacional del día 28, ese sí justificadísimo como es toda protesta social pacífica, vinieron los dos meses de secuestro en que unos pocos mantuvieron a la ciudad -porque eso fue, señor Alcalde, no un estallido social sino un vil secuestro a la ciudad-. Pensé entonces que detrás había fuerzas oscuras y que a quien más le servía desviar la atención hacia el caos que se formó en Cali era al narcotráfico que opera en el Cauca y en el Pacífico colombiano, que ahora es manejado por los elenos y por disidencias de las Farc.

Hoy, cuando veo lo que pasó el viernes anterior, el camión atacado, los trece soldados heridos, la ciudad señalada como blanco por el Eln, me acordé de los comienzos de mi oficio, de hace 32 años, del olor de los explosivos revuelto con humedad y del de la carne chamuscada. Y pienso que al final la causa sigue siendo la misma: el negocio de las drogas y Cali como víctima del crimen organizado.
Sigue en Twitter @Veperea

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