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Esta sociedad enferma

El de Salvador es uno de los tantos casos de abusos, maltratos y crímenes cometidos contra menores de edad que suceden a diario en Colombia, nos aterran a todos y después de un par de días se olvidan.

2 de noviembre de 2021 Por: Vicky Perea García

No hay forma de evitar que el corazón le duela a uno con noticias como el asesinato de Salvador Meza, el pequeño de un año y dos meses de edad a quien su papá mató en venganza por el abandono de su pareja.

Y duele aún más cuando se sabe que los llamados desesperados de auxilio de la mamá ante las autoridades, cuando se dio cuenta de la desaparición de su hijo, no fueron atendidos en el momento porque los protocolos están por encima de la vida misma, así esta sea la de un bebé indefenso.

El de Salvador es uno de los tantos casos de abusos, maltratos y crímenes cometidos contra menores de edad que suceden a diario en Colombia, nos aterran a todos y después de un par de días se olvidan.
Entonces pasan a ser solo números que engrosan las estadísticas de la violencia y de la crueldad en una sociedad enferma como la nuestra.

Porque eso somos, una sociedad enferma que no tiene el menor respeto por la vida, carente de valores, desvergonzada y sin escrúpulos. Y así suene a generalización, lo cierto es que aunque la mayoría de quienes hacemos parte de ella no somos asesinos, ni robamos, ni atentamos contra la integridad de nadie, tampoco somos parte de las soluciones.

Los males de nuestra sociedad son infinitos, pero sin duda los más graves son los que afectan a los niños y adolescentes, a quienes estamos en la obligación de proteger y brindarles una existencia digna para que lleguen a su edad adulta con la posibilidad de construirse por sí mismos un futuro como mínimo esperanzador.

Pero cuando uno ve crímenes como el de Salvador cometido por quien lo concibió, o le cuentan las estadísticas oficiales que entre enero y agosto de este 2021 se registraron 9000 casos de violencia sexual contra menores de edad -¡46 al día, por Dios!, o se entera que una práctica atroz como el reclutamiento de menores para la guerra se ha llevado en nuestro país a 13.000 niños y niñas, y que la práctica continúa hoy como bien lo saben en zonas marginales de Cali o en al menos cinco municipios del Valle con casos denunciados recientes, debe reconocer hasta dónde hemos fallado.

Porque aquí falla todo al momento de cuidarlos y defenderlos: la Justicia inoperante; las autoridades maniatadas por las mismas leyes y temerosas, cada vez más, de actuar; las entidades encargadas de velar por los derechos de los menores de edad, que no cumplen con su función; la educación que, no nos digamos mentiras, en la mayoría de los casos se encarga de impartir conocimientos, bien o mal, pero en general se desentiende de lo que les pasa a sus alumnos.

Y falla en primer lugar la familia, ese nido de protección natural que para tantos se vuelve el infierno en la tierra cuando debería ser el paraíso durante la infancia. Ahí se forman los primeros valores y es donde se enseña con el ejemplo a respetar al otro y sobre todo a hacer valer la vida. Pero cuando en ese entorno -en el que nada tienen que ver las clases sociales ni la educación privilegiada- el castigo es el que educa, la violencia se normaliza, la mujer o el débil se denigran y el que roba o mata es el ídolo, los ciclos se repiten en un círculo sin fin y en medio de ellos estarán niños como Salvador, o como Yuliana Samboní, o como los cinco adolescentes asesinados en Potrerogrande hace un par de años, o como los 13.000 reclutados para la guerra.

La solución no está en imponer cadenas perpetuas o penas de muerte a quienes cometen crímenes contra menores de edad, que sin duda se merecen eso y más. Porque de nada vale mandarlos de por vida a la cárcel si nuestra sociedad enferma no se transforma, si no somos capaces de reaprender los valores esenciales como el respeto por la vida y comenzamos desde los mismos niños a sanar estas profundas heridas.
Sigue en Twitter @Veperea

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