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El futuro que no llega

Lento, muy lento. A ese ritmo se toman decisiones y se emprenden acciones cuando se trata de Buenaventura.

14 de julio de 2020 Por: Vicky Perea García

Lento, muy lento. A ese ritmo se toman decisiones y se emprenden acciones cuando se trata de Buenaventura. Y no es que esa sea la velocidad actual; es que así ha sido siempre, por años, por décadas, y no pasa nada.

Ahora es el dragado del canal de acceso al puerto, obra que lleva siete años aplazándose y que a ojo de buen cubero seguirá así por otros cuatro más. Como si la actividad portuaria, que tantos réditos económicos le entrega a la Nación y tan pocos a la ciudad, pudiera esperar y esperar sin afectarse.

Con 12,5 metros de profundidad, imposibles de transitar para barcos de gran calado, y con puertos vecinos como el de Posorja en Ecuador y con Panamá a la vuelta de la esquina, ellos sí con los 16 metros necesarios, Buenaventura se rezaga en competitividad y deja de ser interesante para las navieras de carga. No hay que ser experto para entender que la disminución del 27% en el número de toneladas de carga movilizadas a través del puerto vallecaucano en el 2019, tiene que ver en buena medida con esa realidad.

Pero para qué extrañarnos con lo que pasa con el dragado, cuando es lo mismo de siempre. Es una doble calzada que lleva 12 años construyéndose y no solo no se ha podido terminar si no que lleva 24 meses parada sin que se defina quién hará los 44 kilómetros que faltan, de los 118 que tiene la vía.

Si la esperanza era que en julio de este año se adjudicara el nuevo contrato, como lo había anunciado el gobierno, ésta se puede ir perdiendo porque es casi seguro que con la actual emergencia sanitaria, social y económica no se le dará prioridad a ese proceso. Como quien dice que aquí también se pueden ir sumando cuatro o cinco años más al proyecto y quién sabe cuántos miles de millones de pesos adicionales para que se pueda terminar.

La lista es extensa y como ejemplos están la construcción del puente El Piñal que debía durar un año, se demoró siete veces más y costó el doble.
El megacolegio San Antonio, que se empezó a levantar en el 2015, sería el más grande de Colombia según la entonces Ministra de Educación y en el que se invirtieron $28.000, se quedó a medio camino. El acueducto con el que se llevaría el servicio a toda la población se entregó hace 18 años en concesión, de las 42 obras que se requieren son pocas las que avanzan y el proyecto hoy hace aguas a la espera de soluciones o de que se rescinda el contrato para ver entonces a quién se le entrega.

Ni ventajas portuarias, ni infraestructura, ni servicios públicos, ni educación, ni salud, ni recreación, nada funciona al cien por ciento en Buenaventura, mucho menos las promesas de que ahora sí les llegará el progreso. Esa realidad es la que golpea una y otra vez a la que Colombia y el Valle se ufanan de calificar como la principal ciudad sobre su mar Pacífico.

Entonces salen los estudios, las estadísticas y los indicadores que dicen que todo va en retroceso. Buenaventura, que según el Dane ya no cuenta con los 400.000 habitantes que se pensaba sino con 308.000, según el censo del 2018, el mismo que dejó tantas dudas sobre su fidelidad, hoy tiene índices de pobreza del 41%, que llegan al 67,4% en su zona rural; el analfabetismo es de 14,1% y apenas 1 de cada 10 estudiantes que culminan el bachillerato emprende estudios superiores; el desempleo que en febrero se ubicaba en el 20,8% hoy supera el 30,4% y se calcula que 100.000 bonaverenses viven del rebusque.

Esa es la realidad de Buenaventura, a la que se le hacen cientos de promesas que terminan incumplidas y a la que el centralismo, desde sus encumbrados 2600 metros de altura y sus 511 kilómetros de distancia, sigue mirando con indiferencia. Es la ciudad a la que los coletazos de décadas de desangre por cuenta de la corrupción y el clientelismo no dejan de pasarle factura. Es el puerto más importante de Colombia, por donde se mueve el 60% de su carga, que sigue sumido en la pobreza.

Buenaventura es ese ojalá que no llega, pero que se mantiene firme en la esperanza de un futuro diferente.

Sigue en Twitter @Veperea

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