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Cali, cómo dueles

La ciudad en la que se presentan 19 homicidios en un fin de semana no puede dormir tranquila.

8 de septiembre de 2020 Por: Vicky Perea García

La ciudad en la que se presentan 19 homicidios en un fin de semana no puede dormir tranquila. Algo muy grave pasa en el corazón de su sociedad para que la vida valga tan poco y aún más para que la respuesta frente a tanta barbarie sea la indiferencia.

Es que no son solo los 19 más recientes; están los 12 asesinatos ocurridos entre el 22 y el 24 de mayo, en pleno confinamiento por la pandemia; los 10 reportados entre el 1 y el 2 de agosto, la masacre de los cinco adolescentes en Llano Verde el 11 de agosto y las 692 muertes violentas en lo que va de este 2020.

No son estadísticas. Son vidas humanas y cada una de ellas cuenta, por eso las comparaciones con lo ocurrido en años anteriores no deberían usarse como referencia, ni tampoco vale regocijarnos porque los crímenes han decrecido en un 11% o hacer fiesta porque en un fin de semana hubo cero asesinatos. La tasa de homicidios en Cali es de 43,2 por cada cien mil habitantes, lejos muy lejos del promedio nacional que es de 25,4 y con distancia abismal por ejemplo con Chile, donde en el 2019 se presentaron 2,4 muertes violentas por cada 100.000 habitantes.

Los por qué de esa estela de violencia que envuelve a la capital vallecaucana desde hace décadas se conocen bien. Seguimos sosteniendo la cruz con el inri del narcotráfico, calvario que comenzó hace cuarenta años y que lo único que ha hecho es evolucionar y cambiar de actores; está su hermano menor el microtráfico, que no por eso hace menos daño y que supo que el negocio también estaba en los barrios, en los parques y en las calles, no solo afuera de las fronteras patrias. Y claro, está el resto de grupos criminales que tienen a Cali como su sede principal en el suroccidente del país, también el sicariato y la delincuencia organizada.

Pero la causa que más duele como sociedad es la intolerancia, porque significa que no hemos aprendido a convivir con el que está al lado, a respetar sus diferencias, a solucionar de manera pacífica los desacuerdos. Quiere decir que hemos admitido la violencia. Y se debe preguntar qué se está haciendo mal -o qué se ha dejado de hacer- para que la vida valga tan poco y para que la brutalidad se haya convertido en la forma en que se arregla cualquier situación por nimia que sea.

Por supuesto hay que pedir una intervención efectiva de las autoridades, que se pase de los planes de seguridad a soluciones concretas, porque ya perdimos la cuenta de los anuncios que se han hecho este año y mientras tanto la situación empeora. Y con ello no es que desconozca los esfuerzos de la Policía Metropolitana, ni su compromiso para con los caleños, ni los certeros golpes que en muchas ocasiones se le dan a la delincuencia. O que no se deba reconocer el trabajo de las Fuerzas Militares para combatir el narcotráfico así como a esas organizaciones criminales que se disfrazan por ejemplo de guerrillas. Pero no es suficiente.

Sin embargo, lo que aquí más se necesita y de manera urgente es un cambio cultural, que lleve a entender que hay unos valores que no se pueden ignorar ni negociar, la vida el primero de ellos. Cómo aceptar que Cali se muestre por un lado como una ciudad alegre, que por supuesto lo es; hospitalaria, que sin duda es una de sus cualidades; innovadora y pujante, como lo confirman los miles de emprendimientos que nacen cada año así como la capacidad que tiene su gente para salir de los problemas, mientras por el otro permite que en un solo fin de semana se cometan 19 asesinatos o que unos dementes maten porque sí a cinco muchachos que ni siquiera alcanzaban la mayoría de edad. Peor aún, que en medio de ello se campee la indiferencia.

Esa no es la sociedad que merecemos ser, esa no es la ciudad que deban heredar nuestros hijos, esa no es la Cali que pueda mirar con tranquilidad hacia el futuro.

Ojalá nos duela, a ver si al fin reaccionamos.

Sigue en Twitter @Veperea

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