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San Andrés

No hay mar más bello que el de San Andrés. Su temperatura es perfecta y sus colores, poéticos. Una isla en el caribe, en pesos colombianos.

16 de noviembre de 2020 Por: Vanessa De La Torre Sanclemente

No hay mar más bello que el de San Andrés. Su temperatura es perfecta y sus colores, poéticos. Una isla en el caribe, en pesos colombianos. Un lugar tan hermoso que ni la desidia de siempre, ni los que se han enriquecido a punta de fomentar un turismo brutal, descontrolado e insostenible; ni los corruptos que se han robado como buitres hasta la plata de las sillas del aeropuerto, lo han podido acabar. De Providencia, ni hablar. Se ha conservado -vaya paradoja- gracias al olvido. A lo difícil que es conseguir vuelo para llegar. A sus habitantes siempre celosos con los de afuera. A la precaria infraestructura hotelera que tiene.

Dos lugares que -como tantas cosas en nuestra dolida patria- en lugar de ser ejemplo de desarrollo están sumidos en una pobreza profunda que muestra su cara más dolorosa con el paso del huracán Iota. Mientras termino de escribir esta columna nadie sabe a ciencia cierta qué ha pasado con Providencia. Se perdió la comunicación con la isla desde el amanecer del lunes. El huracán se llevó hasta la antena de la armada y la aisló por completo del mundo y de la civilización durante las horas más difíciles que han vivido sus habitantes.

Esta hora más triste para el archipiélago llegó tras meses de hambre y pobreza por cuenta de la pandemia. Cuando San Andrés cree que ha vivido lo peor, llega, siempre, algo peor. Una sorpresa desafortunada tras otra.

Primero fue el fallo dolorosísimo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya del 19 de noviembre de 2012, que despojó a Colombia de 75.000 kilómetros cuadrados de mar en el caribe. Lo sintieron especialmente los pescadores cuando tuvieron que lidiar con el acoso de los nicaragüenses en una infinita soledad. Cerraron pesqueras y el hambre comenzó a instalarse en la isla. Aumentó la crisis social de la mano de escándalos de corrupción y miles de jóvenes que se han dejado seducir por la plata maldita y fácil del narcotráfico.

San Andrés, que se llena de turistas caleños en cada temporada, que es tan hermosa como dolida, está padeciendo las horas más tristes de sus últimos tiempos. Es una isla caleña en el caribe. Es el momento de impulsar, de apoyar, de construir. De frenar ese turismo depredador.
Para que la isla tenga futuro y nuestros hijos también naveguen en esas aguas cristalinas y puedan brindar donde Francesca, como tantas veces lo hemos hecho nosotros.

Sigue en Twitter @vanedelatorre