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¿Qué vamos a hacer?

Los vallecaucanos llevamos caña de azúcar en la sangre. Pero llevamos, también, la triste carga de un pasado que cuenta la historia de una tierra de desigualdades.

15 de junio de 2020 Por: Vanessa De La Torre Sanclemente

Los vallecaucanos llevamos caña de azúcar en la sangre. Pero llevamos, también, la triste carga de un pasado que cuenta la historia de una tierra de desigualdades y de unas necesidades sociales que ni el empresariado ni los políticos ni nadie ha podido solucionar.

La historia del Valle del Cauca es también la historia de la gran hacienda, sobre la cual se articuló el progreso de la región, con Popayán y Buga como protagonistas. De hecho, Cali no era una ciudad importante, era un lugar de paso cuya historia cambió con la llegada del ferrocarril y las migraciones del Pacífico.

Las ciudades donde se tomaban las decisiones eran Buga y Popayán. Y fueron esos los epicentros desde los cuales se construyó durante el Siglo XIX una región tan próspera como desigual. Un modelo de trabajo y supervivencia, con los corteros como protagonistas, que se fue transmitiendo de generación en generación, dejando sin resolver las brechas sociales y las necesidades fundamentales -empezando por educación y servicios públicos- que estos trabajadores han tenido desde siempre. Un modelo que ha sido imposible cambiar, porque las voluntades no han sido suficientes, y que ha dejado como consecuencia un estallido social en permanente ebullición.

Y como si la desigualdad no fuera suficiente, la llegada masiva de tantas personas huyéndole a esa mezcla atroz de guerra y pobreza, se volvió un grito silencioso que nos estropea la cara todos los días.

Es imposible no sentir angustia ante la zozobra de esa inconformidad que se cultiva desde los cañaduzales y que maneja con tan poco acierto el empresariado vallecaucano. No hace falta ser un genio en resolución de conflictos para saber que en el mismo espacio donde se ha cultivado el progreso de la región, se han cocinado también violencias de todo tipo. Y la única manera de frenar esas violencias es haciendo pactos viables y que se cumplan, pensando en el bienestar de los demás, no solo en el propio, y siendo conscientes de que la desigualdad genera unos odios arraigados muy delicados y unos votos llenos de populismo que resultan dañinos para la región.

¿Qué vamos a hacer al respecto?

Entretanto, Buenaventura tiene la tasa de mortalidad más alta de Colombia por Covid-19: 5,3%. Cali está en 4,1%, Leticia, en 3,6%, Bogotá en 2,4% y Barranquilla en 4,2%. Tiene solo doce camas de cuidados intensivos, de las cuales cinco ya están ocupadas.

Sigue en Twitter @vanedelatorre