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Polvorín

o explico: a los indígenas, en cada gobierno de los últimos años, les han hecho promesas absolutamente imposibles de cumplir y, por consiguiente, en cada gobierno les han incumplido las promesas hechas por el antecesor.

5 de septiembre de 2022 Por: Vanessa De La Torre Sanclemente

El Cauca está hecho un polvorín. Comunidades afro piden que los dejen trabajar donde han trabajado desde siempre: en la tierra, en la caña. Piden que los dejen vivir donde han vivido desde siempre: en -o cerca- de los ingenios azucareros. Mientras tanto, comunidades indígenas divididas en dos -o en tres a estas alturas, o en cuatro o cinco grupos- piden que les cumplan lo que les han prometido: más tierra. Los dueños de la tierra, con papeles en mano, piden que les dejen quieto lo que les pertenece. Lo que compraron o heredaron; lo que siembran de caña y alquilan a los ingenios. Y allí todos tienen algo de razón.

Lo explico: a los indígenas, en cada gobierno de los últimos años, les han hecho promesas absolutamente imposibles de cumplir y, por consiguiente, en cada gobierno les han incumplido las promesas hechas por el antecesor.

Cuando les dieron tierra en reparación por masacres e injusticias cometidas como la de los indígenas Nasa en diciembre de 1991, esa tierra de reparación, cuentan algunos de ellos, quedó en manos de unos pocos líderes avivatos que se negaron a repartirla como se suponía que debía ser. Desde entonces están pidiendo lo que creen suyo y desde entonces, también, cada de vez en cuando paralizan medio departamento para recordarle al resto que ellos también existen.

Como si fueran pocas esas promesas incumplidas y la estafa de propios miembros de la comunidad, con el tiempo se ha incrementado entre los indígenas un discurso delicado: el de la liberación de la madre tierra, que en sus términos significa recuperar lugares que les pertenecen desde sus ancestros y en términos de otros significa apropiarse de terrenos arbitrariamente y que en escrituras no les pertenecen. Invadir para poseer al precio que sea. En esa órbita se han ido colando grupos que delinquen en el norte del departamento, cómo no, arreciando la posesión de las tierras con un discurso ancestral, para usarlas en siembra con fines de narcotráfico o como corredores de cocaína.

Es decir, que en el Cauca se mezclan la historia, la sangre, los ancestros, los abandonos, la política, la mafia, la razón, los absurdos, los abusos, el olvido. Todo. Los dueños de la tierra ven sus cañas arder, los afro también reclaman tierras mientras se quedan sin trabajo y los indígenas piden que les cumplan. Delicado. Enardecido todo, además, con un discurso desde el gobierno nacional que cada quien ha entendido como le parece. De poco o nada han servido los llamados recientes para desalojar lo invadido. El Cauca arde y el laboratorio de paz está a punto de convertirse en todo lo contrario.