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‘Eme’

Acabo de visitar, para un informe de Noticias Caracol, uno de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación de las Farc en Antioquia.

8 de abril de 2019 Por: Vanessa De La Torre Sanclemente

Acabo de visitar, para un informe de Noticias Caracol, uno de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación, Etcr, de las Farc en Antioquia. Y de nuevo, como tantas veces que he ido a esos lugares, salí con el corazón en la mano y el alma esperanzada en una Colombia distinta.

El lugar, como casi todos los similares, es de difícil acceso: incrustado en las montañas que otrora fueron escenario de confrontaciones encarnecidas y en las que sus habitantes hoy miran expectantes hacia el futuro, sin la certeza de lo que en ellas pueda volver a ocurrir.

Desde la capital más cercana, Medellín, son seis horas en una carretera laberíntica y polvorienta. En helicóptero, una hora. Fuimos con el embajador de Francia, cuyo Gobierno donó 18.000 dólares a los proyectos de ese espacio y con representantes de la ONU, tan cuidadosa del proceso de paz de nuestro país.

Allá, adentro entre las montañas, entre los ríos revoltosos hoy contaminados por la minería ilegal, entre los árboles imponentes y el cielo azul profundo lluvioso, la vida es lejana a la crítica nacional y a los ecos que parecen pedir el regreso de la guerra desde la comodidad de las capitales.

Allí 128 exguerrilleros de las Farc se las arreglan para criar hijos nuevos: nació un bebé hace tres meses que se pasan de brazo en brazo y de cariño en cariño. Siembran fríjoles con la esperanza de entrar -vaya uno a saber cómo- en el mercado nacional; tejen la vida y los sueños con la frescura de un futuro que pareciera no tener pasado y se organizan cada día en condiciones precarias y casi ingenuas para seguir reconstruyendo sus existencias lejos de los fusiles y ante la mirada de un país que ni siquiera los conoce.

Visitar esos espacios de exguerrilleros esperanzados -o no- es siempre un remezón de la vida y la sensatez. Es recordar el país que fuimos y el que queremos ser. Por eso me alegra cada vez que me entero de que el presidente Duque visita uno, como lo hizo con el Etcr de Icononzo hace pocos días.

Comprende uno, entonces, que en el poder debe reinar la solidaridad, el entendimiento y el compromiso del futuro. Y se alegra uno, entonces, de que el paro de la minga caucana haya concluido en una mesa entre palabras en las que no cabe siquiera la posibilidad de aquella que comienza por ‘eme’. Porque esa palabra no se debe usar para nada distinto a escalofriarse y condenarla. Y porque conocer y entender el país de hoy, con sus ex guerrilleros desmovilizados, en complejas condiciones, y sus indígenas peleando por las promesas incumplidas, es construir un mañana en el que las historias de guerra, violencia y atrocidad, no sean más que el pasado.