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Donde nadie quiere estar

“Es que a mí se me murieron ya niños”, dijo la pediatra intensivista, ante una cámara, quebrándose. “Esto es muy duro”.

1 de junio de 2020 Por: Vanessa De La Torre Sanclemente

“Es que a mí se me murieron ya niños”, dijo la pediatra intensivista, ante una cámara, quebrándose. “Esto es muy duro”.

Hice para Noticias Caracol un reportaje que me sacó lágrimas: las historias adentro de cinco unidades de cuidados intensivos de Colombia. Centros médicos, públicos y privados, donde personas increíbles apuestan sus vidas para salvar las de los demás, las de los pacientes más graves que ya no pueden respirar solos.

Los miembros del servicio sanitario son también padres y madres que temen regresar a sus casas porque saben que pueden contagiar a sus familias: “Siento angustia de no saber si cuando regrese voy a tener el virus”, dice Jaime Fernández, padre de dos niños, director de la UCI Pediátrica de la Fundación Cardioinfantil.

Ni la experiencia más intensa lo prepara a uno para algo así. Para enfrentarse a un virus que tiene acorralado al mundo. En esas salas, la muerte le coquetea despiadada a la existencia. Los médicos, enfermeras y terapistas, se ponen capas y capas de ropa encima, dos pares de guantes, un tapabocas sobre otro, gafas, máscaras, más capas, todo no parece suficiente para evitar contagiarse. Hacen turnos de hasta doce horas en los que difícilmente toman agua porque no hay tiempo.
Soportan el calor de los trajes y el dolor de la piel que se rompe con las mascarillas. Su cotidianidad es el sonido nefasto e indispensable de los ventiladores y los timbres de las pulsaciones que indican que hay vida, pero que en cualquier momento se puede ir. Nadie quiere estar ahí.

Hay una técnica que se ha vuelto usual en los hospitales del mundo: a los pacientes más graves los ponen boca abajo porque la práctica ha demostrado que así les entra más oxígeno a los pulmones. Permanecen en un estado de sedación profunda durante diez, quince días mientras el cuerpo responde -o no- y el sistema inmunológico se defiende de un virus que causa daños no sólo en los pulmones. La experiencia médica ha ido demostrando cómo en su afán de defenderse, en el organismo va colapsando un órgano tras otro.

Lo que he podido ver de este virus es una tragedia desde cualquier óptica. Las cuarentenas nos han preparado para no enfermarnos todos al mismo tiempo y para tener más ventiladores, más camas y más experiencia en caso de que la situación se descontrole. Esta semana Colombia llegará a los mil muertos. Otra tragedia: mil personas que no se sabe quiénes son, ni cómo, ni dónde se contagiaron, ni qué hacían de sus vidas. Son estadísticas anónimas porque el virus ha sacado a relucir lo mejor de todos, pero también lo peor: la discriminación a aquellos que se han contagiado o se pueden contagiar.

Hay algunos que tienen -tenemos- que salir a trabajar. Pero hay miles que no han entendido la dimensión de esta tragedia. Todavía estamos a tiempo, creo, para entenderlo.

Sigue en Twitter @vanedelatorre