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Desconexión

Me desligué, digamos, del alboroto en el que se sumergió medio mundo. Hacia las seis de la tarde cuando empezó el aguacero de los mensajes retenidos, me percaté del regreso.

4 de octubre de 2021 Por: Vanessa De La Torre Sanclemente

Confieso que me encantó la desconectada de las últimas horas. La tarde del lunes se me volvió un domingo pequeño lejos de cadenas de chat y con el celular en una esquina, mirándome como regañado en mi faena de indiferencia.

Al principio, cuando intenté -como todos- comunicarme en vano con el resto del mundo, y me choqué con el muro de la realidad virtual apagada, estuve a punto yo también, de colapsar.

Mis tareas pendientes me obligan hace muchos años a mirar la pantalla del celular constantemente. Pero tal vez porque en los últimos días le he perdido más credibilidad de lo usual a todo lo que me llega vía celular, media o una hora después de que la desconexión fuera un hecho, me resigné y lo dejé de lado.

Me desligué, digamos, del alboroto en el que se sumergió medio mundo.
Hacia las seis de la tarde cuando empezó el aguacero de los mensajes retenidos, me percaté del regreso. Volvió la normalidad anormal que nos rige hace ya varios años.

Pero para entonces, yo ya había re-conocido la libertad y se me había olvidado que estamos condenados y obligados a contestar lo que nos escriban; que no podemos “dejar en leído”; que el celular es una presión omnipresente que rige lo que hacemos, decimos y dejamos de hacer y decir.

Cuando volvió la señal, yo ya me había acordado de cómo era la vida sin la adicción a las conversaciones pendientes.

Y me encantó.

Entre la llamada y el chat me quedo con el brindis mirando a los ojos.
Aunque he tratado de tenerlo horarios específicos para contestar el teléfono, mirarlo es -indudablemente- parte esencial también de mi vida cotidiana.

Tras esas varias horas sin chat, mi reflexión de hoy pasa por decidir que no se puede estar conectado todo el día, todo el tiempo, porque sin darnos cuenta nos alejamos de lo que tenemos al lado para acercarnos a lo que está distante.

Se nos van pasando los días sin mirar al cielo, con la cabeza agachada y bajo el régimen de un ritmo de interacción vertiginoso que termina por reducir las 24 horas a las que tenemos derecho innato.
Sigue en Twitter @vanedelatorre