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Tradición

La contundente sentencia de Eugenio d’Ors, “Lo que no es tradición es...

16 de febrero de 2012 Por: Benjamin Barney Caldas

La contundente sentencia de Eugenio d’Ors, “Lo que no es tradición es plagio”, que vela desde una pétrea estela en la Puerta de Velázquez del Museo del Prado, como nos recordó hace unos días Carlos Jiménez en estas páginas, es lo que nos ayudaría a entender la importancia del patrimonio urbano y arquitectónico para una ciudad, y en consecuencia la de que casi todo lo construido sea considerado como tal, en la medida en que sea tradición y no plagio.El espacio urbano público, es decir las calles, plazas y parques de una ciudad, es nada menos que el escenario de la cultura, como lo dijo Lewis Mumford (La cultura de la ciudades, 1938) y se repite en esta columna periódicamente. Son el marco geográfico e histórico que nos permite identificarnos con los otros y con la ciudad, y además el ambiente físico de la mitad al menos de la vida cotidiana, e incluso de la que pasamos en las viviendas, cada vez más afectadas por los vecinos.Las generaciones nacidas en fechas próximas, con educación, influjos culturales y sociales semejantes, y comportamientos afines, se suceden más o menos cada 25 años, por lo que en un lapso de 75 conviven abuelos, hijos y nietos, e incluso bisnietos. De ahí que el espacio urbano y los edificios que los rodean en la ciudad en la que crecen deban cambiar apenas lo indispensable a lo largo de un siglo, para que no sean extraños ni inconvenientes para las generaciones que siguen.Es justamente lo que sucede en las ciudades más bellas y con mejor calidad de vida en todas partes. Desde París a Popayán, especialmente en sus centros históricos, sin llegar al extremo de Venecia o Cartagena, sin duda aún mas bellas pero perturbadas por el turismo masivo. O Brasilia, cuyo ‘Plano Piloto’ inicial es Patrimonio de la Humanidad, independientemente de que hoy esté rodeada de suburbios desordenados. En el otro extremo está el caso de ciudades como Cali, casi todas en Latinoamérica y África, que han crecido mucho y muy rápidamente, a partir de pequeños y frágiles centros históricos, destruyéndolos como si estuvieran avergonzadas de ellos. Se quedaron sin tradición y abocadas hoy a recurrir al plagio, que por definición es nómada, pues simplemente la mayoría de sus habitantes no pudieron conocer su pasado. O no son capaces de imaginarlo.Plagiar, del latín ‘plagiare’ (DRAE), es copiar obras ajenas sin considerar que sean inapropiadas para determinados climas, paisajes y tradiciones. Por lo contrario, tradición, del latín ‘traditio-onis’, es la transmisión de ritos, costumbres, edificios y espacios urbanos de generación en generación. Pero sólo puede vivir si se la copia renovándola, como también lo anotó Jiménez, y que fue lo que hizo Rogelio Salmona en Bogotá, o Luis Barragán en Ciudad de México, y otros más.Como Ricardo Legorreta, muerto recientemente, el arquitecto mexicano más reconocido en los últimos tiempos, quien se inició con Barragán y se distinguió por combinar el modernismo occidental y la cultura constructiva mexicana. El color, las formas puras, los espacios llenos de luz y los patios íntimos son distintivos en él, pero fue la manera de ser y de pensar de los mexicanos, y su estilo de vida, lo que le interesaba, trabajando en proyectos que guardan una historia; una tradición.

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