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Viajes y libros

Son ahora los libros los que me empujan a salir, los que me embarcan en solitarios viajes, lejos de mi casa y mi familia.

19 de septiembre de 2017 Por: Santiago Gamboa

Son ahora los libros los que me empujan a salir, los que me embarcan en solitarios viajes, lejos de mi casa y mi familia. Me alejo para acompañarlos, verlos crecer en tierras extrañas, con sus nuevos nombres, y ver a sus lectores, personas nacidas bajo otras latitudes. Ahora estoy en Pittsburgh, huésped de una comunidad llamada Ciudad de Asilo. Mañana hablaré de mi nuevo libro en medio de desconocidos, como llevo haciendo ya dos décadas. Al fin y al cabo, todo verdadero lector es (y debe ser) un desconocido. Y tal vez por eso “todo viaje esconde peligros”, como pensaba José Lezama Lima, aunque los míos, hasta ahora, han sido banales. En el avión que me llevó de Bogotá a Nueva York, para mi sorpresa, iba el mismísimo Álvaro Uribe. Subió entre sombras, al final del embarque, cuando ya la gente se preguntaba el porqué de una demora que sobrepasaba los veinte minutos. Es que el senador venía con retraso.

Por fortuna también vi a Carlos Vives entre los pasajeros, sonriente y generoso con las azafatas que querían hacerse ‘selfies’ con él. Buen tipo. Joven eterno. Y como si en lugar de un vuelo fuera una inquietante comedia, apareció también Juan Carlos Pinzón, exembajador en Estados Unidos y exministro de Defensa del gobierno Santos, pero que hoy simpatiza con Uribe. ¡Y cuánto! Conversaron y se rieron al llegar a Nueva York, mientras hacían la migración por la ventanilla de pasaportes oficiales y diplomáticos, y yo me pregunté, ¿qué pasaporte tiene Pinzón para pasar por ahí?, ¿no se supone que, al terminar el servicio diplomático, hay que devolver el pasaporte oficial? Tampoco es un funcionario del Estado, que yo sepa. Ya había oído que muchos embajadores se resistían a devolver ese pasaporte usando cualquier artimaña, para evitarse las colas en los aeropuertos, y por el glamour de pasar delante de los demás, ¡esa enfermedad nacional!

El Brooklyn Book Festival fue una curiosa experiencia. Compartí un panel sobre la ‘migración y la memoria’ con dos autoras: una escritora polaca, Wioletta Greg, que escribe sobre la Polonia comunista de los años 80, y la noruega Maja Lunde, autora de un libro de bello título, ‘La vida secreta de las abejas’. Lo extraño fue que el moderador estuviera tan fascinado por el hecho de que ninguno de los tres escribía en inglés, interpretando que la gran migración experimentada por nosotros era haber sido traducidos a su lengua. ¿Es tan raro que existan escritores en otros idiomas? Aparentemente sí. Luego alguien del público volvió sobre el tema. ¿No les preocupa lo que se pierde con la traducción? No, le respondí. A mí me gusta Tolstoi y no hablo ruso. Prefiero 60 % de Tolstoi que nada. La vida y la literatura son así.

Luego, en el hotel, me crucé con el novelista noruego Karl Ove Knausgard, cuya obra en curso ‘Mi lucha’, en donde refiere su propia vida con pelos y señales, ha tenido gran éxito en todo el mundo. Acabo de leer el último aparecido en español y la verdad es que es un proyecto interesante y bien llevado. Curioso conocer tanto la vida de un desconocido. Y ahí, en la recepción y con su pinta de rockero de 48 años, estuve tentado de darle un abrazo, pero mi profundo sentido del ridículo me impidió siquiera saludarlo, lo mismo que a Carlos Vives. La semana entrante les seguiré contando de este viaje, que es largo.

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