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Pasiones de la vida

Hace ya varios meses, en el Hay Festival de Cartagena, fui invitado por la organización a grabar un video en el que se me pedía hablar durante tres minutos de una gran pasión.

21 de octubre de 2020 Por: Santiago Gamboa

Hace ya varios meses, en el Hay Festival de Cartagena, fui invitado por la organización a grabar un video en el que se me pedía hablar durante tres minutos de una gran pasión. La cosa era para el día siguiente y por eso tuve el tiempo necesario para darle muchas vueltas: ¿Qué me apasionaba realmente? Pensé en la literatura en general, claro, al fin y al cabo soy escritor y estaba en un festival literario, pero entre más lo pensaba más ridículo me parecía intentar explicarlo, pues equivalía a decir que mi propia vida me apasiona, ya que al fin y al cabo la literatura y la vida son para mí la misma cosa. Sentí que no era una buena idea e incluso llegué a sospechar que, en el fondo, mi vida no me apasionaba, lo que sería, por lo demás, muy comprensible.

Decepcionado, en medio de la noche, volví a la casilla inicial para preguntarme, encendiendo la lámpara en un rapto de lucidez: ¿Y qué cosas son susceptibles de apasionar a alguien? Actividades banales como ir a hacer mercado, oír radio o lavarse los dientes (cosas que me encanta hacer) quedaron de inmediato descartadas. Pensé que tener eso claro era un buen punto de partida, pero debía precisar, estrechar el cerco. Entonces me dije: ¿Qué puede apasionar a un hombre latinoamericano de clase media, en plena cincuentena, autor de varios libros, que vivió 30 años fuera de su país, heterosexual, viajero y deportista frustrado?

Al enunciar así el asunto se me ocurrieron decenas de cosas: me apasionan los viajes a lugares lejanos y diversos, siento un vértigo de felicidad cuando el avión acelera en la pista y uno se hunde en el sillón y sabe que ya no bajará a tierra hasta estar muy lejos, en Beirut o Gotenburgo, aunque me apasiona sobre todo el Oriente y los libros de viajes de Paul Theroux sobre África; me apasiona la comida indonesia, el vino tinto de Valpolicella, el blanco de Falanghina, y un buen plato de espaguetis alle vongole en cualquier restaurante de playa italiano. Me gusta el sancocho de Ginebra (Valle) y los chocolates de Ginebra (Suiza), y entiendo que los suizos no beban whisky por tener un lago de Ginebra. Me apasiona el fútbol que se juega en Europa y me estremece la seducción rejuvenecedora y por supuesto el erotismo, y claro, también conversar con buenos amigos, esos que son como el amor de la vida pero en amigos.

Al amanecer me di cuenta de que sería difícil responder con sinceridad al video, pues tenía demasiadas cosas que me apasionaban y cada vez era más difícil concentrarme en una sola. Hice esfuerzos por dormir, pero la cabeza siguió su curso: los nems vietnamitas, el jugo de lulo, la música de Rubén Blades, el mezcal de Oaxaca, los baños turcos de Estambul y los saunas de Estocolmo.

No sé cómo logré conciliar el sueño por unas horas y al despertarme debí correr para llegar a tiempo a la grabación. Tenía la mente en blanco, ocupada en mirar el reloj y no llegar tarde. Cuando me cablearon e hicieron prueba de voz me quedé mirando los tatuajes de una camarógrafa y casi olvidé el tema del que debía hablar. De repente la cámara apunto hacia mí, hizo una señal con los dedos y oí “grabando”.
Alguien dijo: “Santiago, ¿qué te apasiona verdaderamente?”. Mi mente parecía un terreno baldío, un solitario bar en la mañana, una piscina sin agua, llena de neumáticos y polvo. Sin saber ni lo que pensaba me escuché decir: “El dry Martini…”.

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