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Mujeres, 2017

El día de la mujer, para mí, está indeleblemente asociado a un texto que escribí en el 2003, Las mujeres de mi generación, y que sigue siendo, con diferencia, mi obra más leída y traducida, e incluso, si me lo permiten, en la que los lectores más han intervenido

7 de marzo de 2017 Por: Santiago Gamboa

El día de la mujer, para mí, está indeleblemente asociado a un texto que escribí en el 2003, Las mujeres de mi generación, y que sigue siendo, con diferencia, mi obra más leída y traducida, e incluso, si me lo permiten, en la que los lectores más han intervenido.

Creo haber dicho ya en otro artículo hasta qué punto ese texto, que las mujeres llevan catorce años pasándose vía mail, primero, y luego vía Facebook, es el ejemplo más claro que conozco de la participación del lector en la obra que lee. Como sugirió Borges en Pierre Menard, autor del Quijote: quien lee vuelve a darle vida a un texto a la luz de su entorno y de su propio metabolismo, y por lo tanto el texto está siendo “re-escrito” en cada lectura. Las versiones más modernas, para mi sorpresa, ya no hacen el elogio de las mujeres de cuarenta años, como el original, sino que enaltecen a las de cincuenta, lo que está muy bien, pues quien vivió la cuarentena en el 2003 hoy tiene cincuenta. He visto incluso versiones en donde se habla de mujeres de “más de sesenta”. Supongo que el tiempo acabará por darles la razón.

Ahora bien, a la par que se modifica la edad de la mujer ponderada -es una obra móvil-, también se le agregan extraños párrafos que no logro siquiera leer porque están pésimamente escritos, con frases redundantes o cursis, haciendo gala de bromas que para mí son avinagradas y fáciles, lo que me confirma que ha sido adoptado por mujeres de todo tipo, desde aquellas con exquisita educación hasta otras con gustos más toscos. Pero si escribo rememorando ese texto en este Día Internacional de la Mujer es precisamente para legitimar los aportes hechos por ellas al escrito original; son pocos los autores que pueden alardear de tener un texto vivo de más de una década.

Dicho esto hay que mirar la situación de la mujer, que sigue siendo tremendamente desigual e injusta. Por doquier, empezando en Colombia, es víctima de agresiones y crímenes cuyo único móvil es ese, el hecho de ser mujer. Como si fuera poco, su ingreso salarial es inferior al del hombre a igualdad de condiciones de trabajo, lo que es una doble injusticia, pues en muchos casos la mujer debe llevar una sobrecarga ligada al machismo y a los efluvios varios de la sociedad patriarcal.
Y hay algo de mucha actualidad. El fin del conflicto en Colombia nos trajo una de las sorpresas más increíbles y es que el costo de la corrupción ha sido y sigue siendo muy superior al de la guerra. Y ahí los vemos hoy, tras las rejas: líderes de alcurnia, gente divinamente, y muchos de los que se rasgaron las vestiduras diciendo que el posconflicto iba a ser carísimo. Si lo analizamos, veremos que la responsabilidad de la mujer es muy inferior a la de los hombres. Ha habido casos, claro, pero si hacemos un conteo de acuerdo a lo que a diario se sabe, podemos afirmar que el grueso de la corrupción en Colombia es cosa de hombres. Y esto no tiene nada de local, pues sucede en todo el mundo. La mujer está menos tentada por la corrupción. ¿Por qué? Lo ignoro, pero es un hecho. Durante la crisis bancaria en Islandia, en el 2008, el único banco que no quebró por la compra venta de valores basura, ¡fue uno gestionado enteramente por mujeres! De ahí que, si queremos ganar en Colombia esta nueva guerra, la solución parece obvia: dar más responsabilidad política y gestión del gasto a las mujeres.

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