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Mojitos y daiquiris

Cada coctel tiene su templo. El lugar donde nació, donde alguien supo leer, interpretar el gusto de otros para inventar esas mezclas geniales que refrescan y conducen dulcemente a la ebriedad.

3 de octubre de 2018 Por: Santiago Gamboa

“No hay nada más hermosamente frívolo que un cocktail”, decía el novelista Scott Fitzgerald, “pues están hechos de licor y azúcar, tienen colores vistosos y decorados excesivos”. Cada coctel tiene su templo. El lugar donde nació, donde alguien supo leer, interpretar el gusto de otros para inventar esas mezclas geniales que refrescan y conducen dulcemente a la ebriedad. Cuba tiene dos de estos bellos inventos: el Mojito y el Daiquiri.

La Bodeguita del Medio, en La Habana Vieja, tiene la paternidad del Mojito. Allí iba Hemingway a las cuatro de la tarde, esa hora difícil del Caribe en que el sol pega fuerte, directo a los ojos, y la humedad es tal que se puede nadar en el aire. Hoy, los turistas filman las paredes del pequeño recinto en donde envejecen las fotos de los visitantes célebres. En muchas de ellas está Hemingway, pero también Ava Gardner, Gary Cooper, Errol Flynn, Sarita Montiel o el dramaturgo Arthur Miller.

“El mojito es una pequeña Cuba”, escribió mucho después Cabrera Infante: “Azúcar, ron, vegetación y frío artificial”. La vegetación resume el jugo de limón y las hojas de menta en las que se sirve, las cuales deben ser ligeramente maceradas sobre un fondo de azúcar para que la savia de la menta se mezcle con el ron. Asiduo visitante, el poeta Nicolás Guillén dejó estos versos, hoy estampados en los individuales de papel: “El dueño a ofrecer se atreve/ la cuenta así repartida: / Usted paga la comida/ y le cobramos lo que bebe”.

A 15 minutos a pie está El Floridita, también llamado ‘La catedral del Daiquiri’. Este coctel ya era famoso en los años 20 y aparece mencionado en Este lado del paraíso, de Scott Fitzgerald. Dicen los que lo vieron, además, que era el trago preferido del presidente Kennedy, y que en esa época llegó a ser más popular que el Dry Martini, que ya era mucho decir. De ahí que la invención del Daiquiri sea objeto de debate. Para unos el inventor fue un ingeniero norteamericano que trabajaba en las acerías de Cuba a principios de siglo, un tal Jennings Cox. Por supuesto los cubanos lo niegan y le dan la paternidad al habanero Constante Ribalagua, apodado ‘el Rey de los Cocteleros’. Otros dicen que Hemingway ayudó a inventarlo, lo que no tendría nada de raro si no fuera porque las fechas no coinciden. Existe, eso sí, un Daiquiri Hemingway, que es un trago doble sin azúcar, para bebedores serios, el mismo con el que emborrachó a Spencer Tracy en septiembre de 1955 mientras filmaban en las playas de Cojimar la versión cinematográfica de El viejo y el mar.

La independencia de Cuba comenzó con el Daiquiri pues el bar Floridita, que antes se llamaba La Piña de Plata, fue rebautizado en 1898, luego de que se hundiera el último buque español. Y con la República nacería el Cuba Libre, ron y coca cola, celebrando la amistad de la isla con EE.UU. La ‘Mentirita’, le dirían después. Pero este coctel no lo beben los cubanos. Ellos prefieren el ron puro, el Daiquiri o el Mojito, a ser posible con un habano, un Rey del Mundo bien encendido. Con guitarra y maracas, pues no hay que temerle a los estereotipos, y servido por un tenderman en guayabera, como en La Bodeguita, o por un mesero elegante con gomina en el pelo. O como aún puede verse en La Bodeguita y en el lobby del Habana Libre, antiguo Hilton: con un trío tocando los sones cubanizados de Nat King Cole.


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