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Las virtudes del pájaro solitario

Supe de Juan Goytisolo cuando fui a estudiar a Madrid, a mediados de los años 80, y desde entonces fue siempre una referencia en lo literario e intelectual y, casi diría, en lo humano.

24 de junio de 2020 Por: Santiago Gamboa

Supe de Juan Goytisolo cuando fui a estudiar a Madrid, a mediados de los años 80, y desde entonces fue siempre una referencia en lo literario e intelectual y, casi diría, en lo humano.

Su compromiso con la libertad en todas las regiones del planeta, su diatriba contra los nacionalismos empezando por el de España y de cara al mundo árabe, o su crítica a la arrogancia europea ante el Tercer Mundo me acostumbraron a consultar sus libros cada vez que iba a escribir sobre algo, cualquier cosa, y por eso mis artículos y ensayos están llenos de citas suyas. Y claro, sus referencias literarias, con autores como Clarín, José María Blanco White, Francisco Delicado o Joaquín Belda, un célebre pornógrafo español de principios del Siglo XX, o su mirada lúcida sobre autores latinoamericanos, Severo Sarduy, Carlos Fuentes, Borges o Lezama Lima.

Su libro de ensayos Disidencias es prueba de ello. Un verdadero intelectual del Siglo XX que murió hace exactamente tres años en su casa de Marrakech, no lejos de su adorada plaza de Yamaa el Fna, donde los narradores orales siguen alimentando hoy una tradición de siglos, y del Café France, al que iba todos los días, prácticamente hasta el de su muerte, a debatir con amigos y contertulios.

Son también inagotables y precisos sus estudios sobre el Islam y el mundo árabe (De la ceca a la meca, Crónicas sarracinas, Estambul otomano, Alquibla), un territorio por el que he viajado sin cesar desde hace más de veinte años, siempre con sus libros debajo del brazo. Los tengo subrayados y descuadernados. Porque su acercamiento al mundo árabe no fue sólo el de un erudito que mira desde las nubes, sino el de un intelectual comprometido con sus avatares y luchas presentes. De ahí su militancia al lado de los palestinos o contra los estereotipos con los que se juzga en París o Madrid al inmigrante árabe por ser “el otro”, el envés de su cara, la otra orilla de ese espejo mediterráneo en el que Europa se contempla, coqueta, y peina sus rubios cabellos. Junto con Edward Said, fue uno de los intelectuales que mejor explicó la herencia árabe en la cultura europea.

Su obra literaria, sobre todo a partir de Señas de identidad, es extraordinaria. En ella está su relectura de los clásicos, su amor por el lenguaje y su deseo de desmontar en España un sistema cultural cómplice del poder nacionalista, de ese nacional-catolicismo que tanto denunció. Leyéndolo durante más de tres décadas, Goytisolo me enseñó además que hay escritores de buena conducta y escritores desobedientes. Los primeros obtienen todas las distinciones, pues su talento, que puede ser inmenso (Vargas Llosa o Philip Roth), es plenamente consensual: con él reordenan y hacen comprensible el mundo sin oponerse a él.

El escritor desobediente, en cambio, es desdeñado y rara vez sube al estrado a recibir un premio, pues su talento pone el mundo contra las cuerdas; él está ahí para insultarlo, escupirle a la cara y dinamitarlo; autores como Henry Miller o Céline o Charles Bukowski, que nunca serán coronados por el gremio literario, están en esta lista.

De ahí la increíble sorpresa que supuso para mí saber que la oficialidad española daba a Juan Goytisolo, el eterno disidente, el premio Cervantes de las letras. Por eso es tan importante leerlo una y otra vez.

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