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La idea del regreso

Creo que fue a Juan Villoro a quien le oí una ingeniosa frase: “Siempre que te encuentras a un mexicano en Europa te dice que va a regresar a México el miércoles próximo”.

8 de julio de 2020 Por: Santiago Gamboa

Creo que fue a Juan Villoro a quien le oí una ingeniosa frase: “Siempre que te encuentras a un mexicano en Europa te dice que va a regresar a México el miércoles próximo”. Esto es algo que México comparte con Francia: los escritores mexicanos y los franceses viajan por el mundo, pasan breves temporadas aquí o allá, pero luego regresan, indefectiblemente, a vivir a su país.

A veces son viajeros de largo alcance, eso sí, como el francés Henri Michaux o el mexicano Octavio Paz, o incluso Rimbaud, que escapó con odio de Francia y de Europa durante años, aunque volvió a ella para morir. Houellebecq intentó vivir un poco en Irlanda pero acabó regresando. El único francés que oficialmente no vive en Francia es J. M. G. Le Clézio, una excepción, como lo es en tantas cosas.

Esto en Colombia es llamativo porque aquí una parte grande de los escritores vivieron fuera del país e incluso muchos murieron en sus exilios. Fue el caso de Álvaro Mutis, de Gabriel García Márquez y Porfirio Barba Jacob, nada menos, que murieron en México. Rufino José Cuervo murió en París, donde vivió poco más de 25 años. Otros, como Fernando Vallejo, Luis Fayad o Laura Restrepo han vivido gran parte de sus vidas por fuera, lo mismo que Óscar Collazos o R.H. Moreno Durán, que tras más de una década en Barcelona acabaron por volver.

Y así muchos más. ¿Por qué? Sin duda Colombia -y esto en el fondo es una obviedad- no contaba en esos años con los mismos atractivos culturales de México o Francia o España, ni en el ambiente intelectual ni mucho menos en la infraestructura cultural, y por eso muchos de los que encaminaban su destino por esas lides tarde o temprano sentían el impulso de migrar hacia ecosistemas más favorables.

La experiencia de mi generación fue también de viajes y lejanía. Muchos escritores se formaron -nos formamos- viviendo por fuera, en París o Nueva York o Londres o Barcelona. En mi caso podría decir que fue una pura intuición de lector: ¡Estaba harto de leer fotocopias! En la triste Bogotá de principios de los 80 no se conseguía en librerías casi nada de lo que me interesaba y urgía leer. No exagero si digo que el 70% de lo que leí en cinco semestres de Literatura en la Javeriana fue fotocopiado de la biblioteca de la universidad, de libros ya descuadernados; por eso lo que conservé de esos años, aparte de algunos apuntes de las soberbias clases de Manuel Hernández o Eduardo Gómez, ¡fue una bolsa con kilos y kilos de fotocopias!

La situación era insostenible y por eso cuando llegué a Madrid, en 1985, y fui a la Casa del Libro, tuve alucinaciones, fiebre, delirium tremens. ¡Todos los libros se conseguían! Y no sólo eso: en España los escritores eran personas respetadas, a diferencia de la Colombia de esos mismos años, donde la sociedad bienpensante consideraba que ser escritor era como graduarse de bohemio y de vago.

Huyendo de esa ingrávida atmósfera algunos autores de mi generación, incluyéndome, decidimos irnos, y por eso hoy, cuando mi regreso ya cumple cinco años, y cuando veo que casi todos los que se habían ido ya han vuelto, me pregunto si no nos habrá llegado también una especie de ‘momento mexicano’ con Colombia. Un querer estar cerca para ver lo que viene. Ojalá esté justificado, y lo digo a pesar de este largo confinamiento que nos ha recluido a todos, inocentes, en nuestra casa por cárcel.

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