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Francia mundial

Disfruté de la premiación pasada por agua viendo cómo al emperador Putin le sostenían un paraguas mientras que Macron y Kolinda Grabar-Kitarovic, la presidente croata, se mojaban, felices, sin darse cuenta de la tremenda descortesía.

17 de julio de 2018 Por: Santiago Gamboa

Francia fue el país en el que me hice adulto, lo que quiere decir: donde recibí mi primer cheque de sueldo, donde por primera vez pagué impuestos, donde me casé y me divorcié. Además, fui por unos años funcionario del Estado, trabajando en Radio France Internacional. En fin, la vida adulta. En Francia me convertí en escritor. Tal vez lo habría hecho de todos modos, pero fue en París donde recibí mis primeros contratos y los firmé, y fue el segundo país, después de Italia, donde se tradujeron mis libros. Años más tarde, en el hospital Saint Vincent Paul de París, nació mi único hijo. Y uno de mis mejores amigos en Cali es un francés, Francois Gagin, profesor de filosofía antigua en UniValle.

Algún lector ya se estará preguntando para qué cuento todo esto. Es un preámbulo para explicar lo que significó para mí la victoria de Francia en el Mundial de fútbol, aún si por espíritu de contradicción, algo muy francés, estuve casi todo el partido queriendo que Croacia empatara. Al final no sucedió y ese joven maravilloso, Kylian Mbappé, hizo un golazo y unos cuántos pases al estilo James que me deslumbraron. Disfruté de la premiación pasada por agua viendo cómo al emperador Putin le sostenían un paraguas mientras que Macron y Kolinda Grabar-Kitarovic, la presidente croata, se mojaban, felices, sin darse cuenta de la tremenda descortesía. Yo pensé que en esa noche moscovita iba a nacer algo muy bello entre Macron y Kolinda. De la mano y abrazándose con todos, parecía realmente un mundo feliz. Los croatas eran todos blancos y croatas. Los franceses eran multicolores y en su mayoría del África francesa. Tal vez por eso el diario deportivo L’Equipe no tituló ‘Francia campeón del mundo’, sino ‘Otro mundo’. Y acertó.

Porque ese otro mundo es el de hoy, en el que todos somos de todas partes y nadie, por su color de piel, debería ser diferente. Esto es lo que quiere decirle Francia al mundo, contrario a lo que dice Estados Unidos e incluso Rusia, y probablemente Croacia. Macron, ultraconservador, ¡le dio beso en la frente a todos los jugadores franceses de origen africano! Pero es que en esa noche de felicidad y seguro de copas (¿no estaba un poco prenda la presidenta croata?), parecía estar naciendo un nuevo orden mundial, lejos de los paraguas de Moscú. Gracias a eso Macron parecía Fred Astaire, bailando bajo la lluvia, y la Kolinda de Croacia una mezcla entre Mary Poppins y Miss Camiseta Mojada 2018.

Ahora veo, emocionado, las fotos de la Torre Eiffel iluminada con la bandera de Croacia. Confieso que a Macron aún lo miro con sospecha, pero su ejemplo fue positivo: nada de triunfalismos egoístas, al contrario. Su victoria parece haber sellado una hermandad entre dos países asimétricos, algo que es verdaderamente nuevo: no sucedió en el anterior Mundial, entre España y Sudáfrica. Lo importante que salió de ahí fue el romance entre Piqué y Shakira, pero para los africanos, nada. Aún menos en el anterior, entre Francia e Italia, que, por decirlo rápido, se odian en el fútbol.

Es tal vez ese el ‘otro mundo’ del que habla L’Équipe: un espacio en el que un joven congolés es besado en la frente por un presidente neoliberal, delgado y metrosexual, y abrazado por una líder centroeuropea de pelo amarillo y ojos deep blue. ¿Llegará algo de todo eso hasta nuestro querido Valle?

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