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El escritor en México

Mejor que el escritor siga contando en exclusiva consigo mismo y dependa de sus lectores.

10 de septiembre de 2019 Por: Vicky Perea García

México es el país del mundo al que más veces he venido, en general por lo mismo: a presentar mis libros. Es lo que vine a hacer también esta vez, primero a Querétaro, al Hay Festival de acá, y ahora en Ciudad de México. En este país, la cultura es uno de los pilares de la vida nacional y en ella invierte miles de millones de dólares al año, entre otras cosas para ayudar a sostener a artistas e investigadores con la idea de que todo mexicano que se dedica al arte, la literatura o las ciencias sociales, y obtiene reconocimiento, está de paso engrandeciendo la imagen del país.

Esto quiere decir, por ejemplo, que si Porfirio Barba Jacob hubiera sido mexicano no se habría muerto de física hambre. Algo nada despreciable en momentos en que el libro está en la cuerda floja en muchos países.
Cuando el mercado editorial se acabe o reduzca al mínimo sobrevivirán los escritores de familias adineradas, los escritores sacerdotes y soldados, como en el Siglo de Oro español, y todos los escritores mexicanos, que recibirán las becas del Estado para su sostenimiento.

Esto, claro, tiene de todos modos su complejidad, pues el escritor que aspira a una beca debe presentarse al sistema nacional con un proyecto, pero debe ya haber obtenido algo de notoriedad o reconocimiento con un libro previo. Luego su candidatura será juzgada por otros escritores, lo que quiere decir que son sus propios colegas quienes le permiten o no tener la ayuda económica, que, la última vez que pregunté, era de aproximadamente mil dólares mensuales.

Es ahí cuando comienzan las críticas al sistema, pues algunos creen que obliga a una interdependencia incómoda entre colegas y que se presta para ventilar malestares, resentimientos y envidias. Otros dicen, claro, que, si es obligatorio que el autor tenga una cierta notoriedad, pues sus ingresos ya le serán suficientes y por lo tanto no necesitaría de la ayuda, pero se les responde que precisamente es para quienes hacen grande la imagen de México, y que poco se haría al darla a escritores muy locales o de poca notoriedad.

Esta situación, ya se imaginarán, no ayuda en nada a las de por sí complicadas relaciones entre escritores; los que son muy locales o de poco éxito, y que por lo tanto no obtienen la beca, ven con resentimiento a quienes sí la obtienen, por lo contrario. Un tenso darwinismo que mantiene a un estrato del mundo literario con el hacha en la mano (y del mundo de las ciencias sociales, el teatro y las artes).

Hay otra crítica a este esquema de apoyo y es que, en opinión de algunos, estas ayudas hacen que el escritor enmudezca ante la posibilidad de hacer críticas directas al poder, en la medida en que ese poder político es el que ordena el gasto y los recursos de los que proviene su sustento. Y tiene su lógica, claro, pero habría que ver caso por caso.

Por lo general, en México, los escritores han estado muy comprometidos con la política: Carlos Fuentes, Octavio Paz, Carlos Monsiváis, todos han sido críticos o amigos de presidentes, del mismo modo que, en Colombia, lo fue García Márquez, íntimo de Belisario Betancur o de Juan Manuel Santos, por ejemplo, y en cambio frío con otros.

¿Funcionaría un sistema así en Colombia? Hoy tendría mis dudas. Mejor que el escritor siga contando en exclusiva consigo mismo y dependa de sus lectores.

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