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Dos libros humanos

En esta semana tan definitiva para el futuro del país, he recordado dos libros que, en mi experiencia de lector han sido definitivos y a los cuales, de algún modo, les debo la vida.

12 de junio de 2018 Por: Santiago Gamboa

En esta semana tan definitiva para el futuro del país, he recordado dos libros que, en mi experiencia de lector han sido definitivos y a los cuales, de algún modo, les debo la vida. En primer lugar, La condición humana, de André Malraux. Esta novela vibrante, que habla de las revueltas en Cantón en los años 20, es la crónica de un grupo de personas que, en un momento crítico de la historia china, se ven sumergidos en un remolino que enfrenta a dos antiguos aliados, el partido nacionalista o Kuomintang y el partido Comunista. Dos facciones que habían luchado por un interés común, la dignidad y el renacimiento de China contra las potencias extranjeras, pero que acaban enfrentadas por influencia de esas mismas potencias, y entonces se produce la masacre de Shanghái, cuando los nacionalistas detienen y asesinan a un grupo de sindicalistas y obreros que habían tomado la ciudad.

Es ahí, en esos tres días, cuando Malraux nos muestra las infinitas aristas de la condición humana, el modo en que ciertas personas, en un momento específico de la historia, luchan por hacer coincidir sus destinos individuales con los grandes procesos colectivos, por la dignidad ante la adversidad, por la solidaridad y, claro, por un deseo de proyección hacia el futuro en el que incluso la propia vida pasa a segundo plano, pues deja de ser el más valioso objetivo. Es la crónica de una época muy diferente a la nuestra, unos años definitivos en los que el mundo moderno estaba aún por hacerse, y de cómo fueron personas de carne y hueso, iguales a nosotros, quienes lo modelaron con sus decisiones, militancias y entregas.

Muchas veces, releyendo este libro, me pregunto, ¿qué habría hecho yo? Como lector, uno tiene la libertad de reconocerse con todos los personajes, desde Kyo, el líder de los insurrectos que dice No, y se subleva, perdiendo al final la vida, hasta Chen, el asesino místico y nihilista. Porque como afirma Camus, en la historia de la humanidad el héroe es siempre el que dice No y corre con sus consecuencias. Decir No ante la sinrazón, ante la violencia, ante un sistema perverso e injusto, ante los asesinos y los corruptos. La mejor lección de La condición humana es que el héroe siempre muere y es trágico, y lo hace diciendo No.

Sumado a esto, y en la misma línea, están los Poemas humanos de César Vallejo, que incluye uno de los poemas que tendría que estar en la más grande antología de la condición humana, y es el poema Masa, que empieza diciendo: “Al fin de la batalla, / y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre / y le dijo: «No mueras, te amo tanto!» / Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. / Se le acercaron dos y repitiéronle: / «No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» / Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. / Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,/ clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!» / Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo”. Y acaba con estos versos: “Entonces, todos los hombres de la tierra / le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporose lentamente, / abrazó al primer hombre; echose a andar…”.
Es decir: no hay nada ni nadie, ni una persona ni un país, que esté definitivamente muerto, que no pueda ser revivido si todos suman sus voces. Son tal vez esas voces humanas las que, en Colombia, debemos convocar.

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