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Don Chinche

El adiós a Héctor Ulloa me devolvió a una época que consideraba clausurada, el inicio de los 80, cuando cursaba el último año de bachillerato.

9 de octubre de 2018 Por: Santiago Gamboa

El adiós a Héctor Ulloa me devolvió a una época que consideraba clausurada, el inicio de los 80, cuando cursaba el último año de bachillerato. Una compañera y muy querida amiga del salón, Marcela Sánchez, resultó ser sobrina nada menos que de Pepe Sánchez, y por eso, por la admiración que todos sentimos hacia ese increíble programa recién estrenado, fue que tuve el privilegio de ir varias veces al barrio de Las Aguas, en Bogotá, a la manzana en la que se filmaba la serie, conocer en persona a los actores y asistir a varias filmaciones.

Hoy, con el lenguaje que está a la moda, diríamos que Don Chinche fue una secuela de Yo y tú, de Alicia del Carpio, donde apareció por primera vez el personaje del maestro de obra bogotano, con el nombre de Régulo Engativá. Pero fue en Don Chinche donde el personaje creció y se multiplicó hasta llegar a conquistar la audiencia con una fórmula increíblemente original para esos años, que consistía en poner de protagonista a un hombre pobre y sencillo, rodeado de gente humilde y de lo que en ese tiempo, en la arrogante y arribista capital, se consideraría ‘perdedores’. Gentes pobres, sí, pero de algún modo felices en su amistad, en su compañerismo y pequeños dramas, en su solidaridad y afecto.

Cabe recordar que el paradigma de gran parte de la televisión nacional, a través de las telenovelas, se regía por esa dicotomía Infierno (pobreza) versus Paraíso (riqueza), en donde generalmente una mujer joven, bonita pero pobre, ascendía a través del amor y era salvada por un hombre rico que, enfrentando obstáculos sociales, se decidía a amarla.

Ya un programa como Yo y tú, que casi nació con la televisión colombiana, mostraba de forma humorística y por supuesto crítica las taras sociales de la aristocracia bogotana, así como la limitada vida de las clases medias y bajas, algo que se repetía en las demás ciudades del país.
Pero Don Chinche, con el retrato popular, fue muchísimo más lejos. El paisa atravesado, el opita, el costeño, el cachaco, el santandereano y el caleño. Se podría decir que reproducía los estereotipos regionales, pero era algo que estaba (y sigue estando) en la base del humor nacional. Se podría decir que se basaba en la burla de la aristocracia al lenguaje pretendidamente florido de un maestro de obra y sus amigos, sí, pero con un extraordinario contenido crítico y social que llegó a perturbar a esas clases altas a las que, supuestamente, debía sólo divertir, y de paso se ganó el corazón de todos los demás estamentos sociales, para los cuales Don Chinche y el socio Eutimio, la Patico y don Juaco, se convirtieron en paradigmas reconocibles y familiares.

Pepe Sánchez, el gran genio de la televisión colombiana, dispuso el escenario para que el enorme talento de Héctor Ulloa se desplegara, siguiendo el ejemplo mexicano de un programa también muy popular como El Chavo del 8, en donde los protagonistas son un niño huérfano y pobre en un barrio de familias humildes y disfuncionales.

Y fue así que Don Chinche, en la década de los 80, se convirtió en el espejo de fuego en el que todo un país podía mirarse, muy cercano a lo que pasó con el filme La estrategia del caracol, de Sergio Cabrera. “Juepucha, socio”, dirá para siempre Don Chinche, para seguir con una de sus mejores frases: “¡Cuánto lujo en la pobreza”!

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