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Del diario de ‘Aquamán’

Los peces dijeron: que nadie vuelva a destrozar las anémonas o los corales o las algas en las que vivimos. Nadie por ser más grande tendrá más derechos, ni los escualos ni las ballenas.

22 de enero de 2019 Por: Santiago Gamboa

Los peces dijeron: que nadie vuelva a destrozar las anémonas o los corales o las algas en las que vivimos. Nadie por ser más grande tendrá más derechos, ni los escualos ni las ballenas. Todos, a partir de ahora, deberán respetar el fondo del mar y seremos iguales. Los peces dijeron sí con sus bocas redondas. Había ballenas y tiburones pero también peces cebra y diminutos neones, peces anacústicos y fotófobos, eléctricas anguilas, peces espada y martillo, orcas, pargos y meros. El pez linterna era el secretario vitalicio de la Asamblea, y el viejo bacalao su presidente. Al cabo de tres extenuantes jornadas llegaron al final, así que revisaron los diez puntos de los derechos de los peces y los fueron aprobando uno por uno. Todos tenían derecho a dar sus opiniones.

Un poco antes de aprobar el documento se escuchó un ruido al fondo del corredor de arena y coral. ¿Qué es?, preguntó el presidente al secretario. No lo sé, su excelencia, permítame averiguarlo. Un par de minutos después el pez linterna regresó a su puesto y dijo: era un grupo de cangrejos y tortugas que querían entrar a la reunión, pero ya el servicio de seguridad los invitó a permanecer afuera. El presidente se alargó los bigotes y murmuró: secretario, dígale inmediatamente a los guardias que dejen pasar a un representante de los cangrejos y a una tortuga. El secretario se quedó perplejo. Pero, señor presidente, esta es una Asamblea de peces, y ellos no son peces... Hubo un silencio incómodo. La ballena pasó saliva y creó un leve oleaje. Entonces el presidente levantó las aletas y miró hacia la audiencia: es precisamente por eso, por ser diferentes a nosotros, que debemos recibirlos con respeto y escucharlos, ¿alguien tiene algo en contra? La Asamblea permaneció en silencio y un segundo después el cangrejo y la tortuga entraron al recinto.

Bienvenidos, dijo el presidente, tomen asiento y digan lo que vienen a decir. El cangrejo levantó su pinza y pidió la palabra. Concedida, dijo el secretario. Y dijo el cangrejo: sabemos que ustedes los peces tienen un decálogo de derechos y deberes, pero aún si son la mayoría, en el mar viven otros seres que no son peces y aspiran a los mismos derechos. La tortuga dio dos golpecitos en el micrófono y dijo: disculpe, señor presidente, pero deben saber que el cangrejo y yo hablamos en nombre del resto de los animales del mar: las medusas y los nematelmintos, las conchas y los crustáceos, los hipocampos y las estrellas... El presidente se rascó la barbilla y pidió la opinión de la audiencia. La mantaraya levantó su aleta y dijo: no tengo nada en contra, pero me gustaría escuchar la opinión del pez búho, el asesor legal, señor presidente. El pez búho carraspeó, se ajustó las gafas y dijo: técnicamente el cangrejo tiene razón, ellos también viven en el mar y pueden aspirar a los mismos derechos, pero debe ser una decisión de esta Asamblea. Hubo un silencio y de nuevo el presidente dijo: tomando en cuenta las palabras del cangrejo, propongo que cambiemos el nombre del texto. En lugar de Derechos de todos los peces, llamémoslo Derechos de todos los habitantes del mar. Los peces se miraron y, uno a uno, empezaron a aplaudir. Y desde ese día el mar fue un lugar mejor y más pacífico, y la Asamblea de peces pasó a llamarse Asamblea de los habitantes del mar, donde todos estaban representados.

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