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Cuento de Navidad en Singapur

Esa imagen del artista que probablemente nunca seré es justo lo que iba a buscar al bar del hotel Raffles, donde todo el mundo ansiaba vivir de un modo distinto.

23 de diciembre de 2020 Por: Vicky Perea García

Llevaba tiempo rastreando la ciudad de Singapur en novelas y films, como San Jack, de Paul Theroux, que en la versión cinematográfica, dirigida por Peter Bogdanovich, está protagonizada por Ben Gazzara, y por eso al aterrizar, al sentir la brisa tropical, fui directamente al Long Bar del Raffles Hotel.

Por esos años yo leía obsesivamente a Conrad, a Graham Greene, a Somerset Maugham, y aún me imaginaba -era más joven- como un escritor perdido en los mares del sur, con un sombrero de paja y una camisa blanca, inmerso en una misteriosa soledad que muchos intentaban comprender pero que yo protegía, porque en el fondo se trataba de mi escritura, de la creación de un mundo, ese ritual por el que estaba dispuesto a sacrificarlo todo.

Mi juvenil cabeza -tenía 30 años y era mi primer viaje a Asia- hervía de sueños, de situaciones que, sin duda, no habría de vivir nunca, pero que me empeñaba en añorar como si ya estuvieran ahí, al alcance de mi mano. Fue justo algo así lo que pensé al sentarme a una de las mesas de madera y mimbre del Long Bar y pedir coctel Singapur Sling: no que acababa de llegar en un largo vuelo, sino que esa era mi ciudad y ese mi bar, el sitio al que venía a tomar un aperitivo cuando baja el calor y se accionan los abanicos de palma mecánicos del techo. Fingir que había pasado la mañana trabajando y que ahora recalaba ahí, descuidadamente, creyendo en la transmigración de ciertos destinos: el de un artista perdido en el trópico asiático, en la ciudad del león y de la culpa, según Conrad.

Esa imagen del artista que probablemente nunca seré es justo lo que iba a buscar al bar del hotel Raffles, donde todo el mundo ansiaba vivir de un modo distinto. Lord Jim, el personaje de Conrad, pasó por Singapur huyendo de algo que podría ser la metáfora de muchas cosas, pero que en el argumento de la novela es, simplemente, la bellaquería. Lord Jim cometió un error y huyendo de la culpa empezó a irse, cada vez más a Oriente, pero esta lo alcanzó y entonces volvió a irse hasta desaparecer. La suite 107 del Raffles lleva el nombre de Conrad. Un personaje del cuento La carta, de Somerset Maugham, recibe una revelación precisamente en el Long Bar que le informa sobre los verdaderos sentimientos de su mujer. La suite 102 lleva el nombre de Somerset Maugham. También Malraux, en su temporada asiática, vivió un tiempo en el hotel, y le da el nombre a la suite 116. Otros fueron Herman Hesse (suite 119) y Rudyard Kipling (suite 107), quien recomendó el Raffles más para cenar que para beber cocteles, refiriéndose al Patio de Palmeras, el selecto restaurante.

Yo acababa de publicar mi primera novela en Bogotá, un acto literario insignificante visto desde el Raffles de Singapur, pero que a mí, en silencio y delante de mi vaso, me llenaba de presagios. Me permitía soñar y estar cerca de imágenes que tal vez sólo yo valoraba, aunque no jugaba a ser adulto. La edad de los juegos había terminado. Creía sobre todas las cosas que tragando ese aire y absorbiendo por los poros ese tipo especial de calor, removido por los abanicos y especiado por ciertos olores, mi escritura podría adquirir un significado distinto.

Y entonces me sentí orgulloso y a la vez profundamente triste. En el Long Bar estaba más cerca de algo que podría ser, sencillamente, el mundo. Eso que estaba delante de mi mano, pero que no lograba atrapar en mis cuadernos.

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