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A pesar de haber admirado a muchos cuentistas, he escrito muy pocos...

21 de octubre de 2015 Por: Santiago Gamboa

A pesar de haber admirado a muchos cuentistas, he escrito muy pocos cuentos y sólo en una época de mi vida. La mayoría los escribí en París, a fines de los años noventa, y casi todos respondieron a mi falta de personalidad o incapacidad de decir no. Me explico. A diferencia de muchos colegas, mi primer libro no fue una colección de cuentos, sino una novela, y esto porque mi vocación de escribidor surgió justamente de mi pasión devoradora de lector de novelas. Sobre todo de autores latinoamericanos. Por eso lo que mi intención creadora me dictó desde un principio fueron historias largas, complejas, con muchos personajes que me permitan desdoblar la narración en un concierto de voces, contradictorias a veces, y saltar muchas veces de punto de vista a lo largo del argumento.El primer cuento que escribí se llama La vida está llena de cosas así y surgió de una llamada telefónica del escritor chileno Sergio Gómez, a fines de 1995, quien me invitó a participar en una antología que, junto con Alberto Fuguet, pensaban titular McOndo. Me preguntó si tenía algún cuento para enviarles, y yo, incapaz de decir no, le dije que claro, que en un par de días le enviaba algo. Y me puse en la tarea. Gracias a ese pequeño cuento pude publicar al año siguiente mi segunda novela en España, Perder es cuestión de método, que muy poco después se editó en varios países europeos. En otra ocasión, hacia 1999, volvió a sonar el teléfono. Esta vez era mi editora francesa, Anne Marie Metailié, quien me preguntó si tenía algún cuento de amor para una antología que estaba preparando con motivo de los 20 años de su editorial. Volví a decir que sí, y de nuevo me puse en la tarea. ¿Un cuento de amor? Lo más que logré fue algo que titulé Tragedia del hombre que amaba en los aeropuertos, una versión algo saltarina y accidentada del amor. Y así, cada cuento nació de un encargo. De mi incapacidad de decir no.A estos vinieron a sumarse otros, escritos siempre para antologías y que circulan por ahí, pero cuando pienso en ellos me convenzo de que el novelista y el verdadero cuentista son dos animales diferentes en el ecosistema literario. Un gran cuentista como Julio Ramón Ribeyro, por ejemplo, nunca pudo hacer una novela que no fuera una sucesión de episodios (o cuentos), del mismo modo que para un novelista es difícil contar una sola y única historia, esférica, como decía Cortázar que debían ser los cuentos. Y ahí está Cortázar, otro cuentista insigne. Sus cuentos continúan teniendo una lozanía extraordinaria mientras que sus novelas decaen y envejecen mal. Incluso la celebrada Rayuela, que de nuevo es una sucesión de episodios. Son cuentistas: lo mismo que Raymond Carver, escritor genial, o Maupassant o Chéjov, clásicos, y por supuesto Borges, en el canon más alto de la literatura. El novelista por excelencia sería Vargas Llosa. Sus novelas monumentales están a un nivel literario al que no llegan ni de lejos sus tímidos cuentos de Los jefes y Los cachorros. Y lo mismo ocurre con novelistas pura sangre como Faulkner, Céline, Henry Miller o Graham Greene, por citar sólo a unos cuántos. Pero, por supuesto, no podía faltar la gran excepción, el genio que contradice todos los esquemas y que se llama Gabriel García Márquez, cuyos cuentos y novelas son igual de geniales. Pero así es la literatura, reacia a cualquier dictamen de la razón.