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Cosecha de huesos

Esa fue la gran imagen, pues hasta que no salga el último de esos huesos huérfanos, en América Latina, este continente seguirá siendo eso: una triste mejilla adolorida y bañada en lágrimas.

17 de noviembre de 2021 Por: Santiago Gamboa

Hace un tiempo la Policía colombiana encontró una fosa común en el cementerio de un pueblo llamado Dabeiba, en la región de Antioquia, al norte de Medellín, con al menos 50 cuerpos de jóvenes asesinados por el Ejército hace más de una década en eso que aquí se llamó los ‘falsos positivos’, es decir civiles que, tras ser asesinados a sangre fría, eran presentados como bajas de la guerrilla en combate. Los huesos encontrados en Dabeiba correspondían a ejecuciones extrajudiciales del 2006 y 2007. La información de esta fosa la dio un soldado, condenado por esos hechos, quien contó, además, que en un caso el sargento dio la orden de que a un cadáver se le volviera a disparar con ametralladora en la cabeza para dejarlo irreconocible.

Cuerpos y cuerpos, huesos. Huesos huérfanos.

Hoy conocemos 6402 casos de asesinados con este procedimiento, cifra que es el doble de los civiles asesinados por la represión de Pinochet en Chile en dos décadas de dictadura. Y si se suman estos al total de desaparecidos del país por otras causas o victimarios (guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo, delincuencia), se podría llegar en Colombia a una cifra que va de los 80.000 a los 120.000 desaparecidos, según la fuente. Huesos que están por ahí, sin nombre. Con su historia oculta, tal vez esperando salir a la luz para que alguien los encuentre y su dolor resuene.

Mirando hacia el norte, las noticias traen el hallazgo de decenas de fosas comunes en México, en la zona sur de Veracruz, concretamente en Arbolillo. Se habla de 238 cuerpos repartidos en decenas de fosas. Esto ocurrió no lejos de Colinas, donde se encontraron antes otros 300 cuerpos, también en fosas. ¿Y cuántos más quedan por ahí? En México se calculan 60.000 desaparecidos desde el 2006, cuando se inició la guerra al narco. De ahí que la mayoría sean hombres entre los 15 y los 40 años.
Lo inquietante es que más de un tercio son niñas y adolescentes, entre los 10 y 19 años. ¿Qué hacían ahí? ¿Quiénes eran esas personas? Jóvenes mártires del horror. Jóvenes soñadores que fueron sacrificados, ¿dónde están?

Hay peritos célebres por sus hallazgos en materia de huesos enterrados. Uno es el cubano Jorge González Pérez, que dirigió la exhumación del ‘Ché’ Guevara en Bolivia, a quien conocí. Estaba colaborando aún con países como Salvador o Guatemala. Porque Centroamérica todavía saca huesos de sus guerras civiles de hace 30 años, y los saca para ponerles nombres y escucharlos. Escuchar los huesos, oír sus historias. En ellas está la verdad del dolor y el expolio a las comunidades indígenas, la intolerancia y la crueldad, la falta de democracia de esos y de todos los demás países.

Esos huesos, de algún modo, son el retrato en llamas de nuestra historia y en ocasiones también de nuestro presente. Hace unos años, el ganador de un premio de fotografía periodística fue un argentino, y la foto con la que ganó mostraba a una madre de la Plaza de Mayo, en Buenos Aires, a la que le acababan de devolver en una cajita algunos de los huesos de su hijo desaparecido. La mujer había sacado con la mano uno de esos huesos y lo apretaba contra su mejilla. Una mejilla en lágrimas. Esa fue la gran imagen, pues hasta que no salga el último de esos huesos huérfanos, en América Latina, este continente seguirá siendo eso: una triste mejilla adolorida y bañada en lágrimas.
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