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En fin, el país enfermo necesita de un nuevo equipo que le ayude a salir de la convalecencia y, ojalá, lograr la recuperación.

9 de marzo de 2022 Por: Santiago Gamboa

El voto en las elecciones legislativas supone para la mayoría -quienes no lo tienen claro- algo casual, que depende de un detalle intrascendente como haber visto una valla y recordar el nombre del candidato o de un eslogan oído por la radio. Una conocida emisora tiene como lema para estas elecciones la siguiente frase, ‘El gran reto’, y la verdad que sí lo es.
Un enorme reto, pues hoy más que nunca el país es un enfermo grave que estuvo en la UCI no solo por la pandemia y su crisis económica, sino por la corrupción de toda la vida, los desacuerdos y la violencia en torno a las protestas sociales, la inseguridad en las regiones como consecuencia de hacer trizas el proceso de paz, y por los crímenes del desamparo en la población más vulnerable, tanto de líderes sociales como de desmovilizados y campesinos.

Como si fuera poco, a lo anterior se une la desoladora sensación de desgobierno y desfachatez con la ley de garantías, con el abuso de los recursos públicos (viajes de parientes, uso de aviones, etc.), con la coaptación por parte del partido de gobierno de los mecanismos de control del Estado (la Procuraduría acaba de archivar el caso de plagio en la tesis de grado de la congresista Jennifer Arias, ¡reconocido por la propia Universidad del Externado!). En fin, el país enfermo necesita de un nuevo equipo que le ayude a salir de la convalecencia y, ojalá, lograr la recuperación.

¿Qué he visto yo entre la maraña de listas y candidatos? Hay muchos que me parecen atractivos. En primer lugar, el Pacto Histórico, cuyo programa a favor de fortalecer y ampliar la educación pública gratuita, la salud pública y la protección social permiten imaginar una sociedad con más oportunidades (como la Francia o la Alemania de hoy). Me gusta también la lista del Nuevo Liberalismo, con las estupendas Mabel Lara y Sandra Borda, y con Carlos Antonio Galán, tres nombres que son sinónimo de transparencia y honradez; en la Alianza Verde, por supuesto, el gran Humberto de la Calle, pero también el periodista, sociólogo e investigador Ariel Ávila, una persona joven y trabajadora que se ha pasado la vida recorriendo el país, conociendo sus verdaderos problemas y denunciando con éxito la corrupción, y que ahora se lanza al senado. La presencia de Ariel (¡ojalá salga elegido!) será una garantía de que en esa corporación se trabajará para el bien de Colombia, sus problemas y su gente, y no como el actual, cuyas mayorías están dedicadas a favorecer privilegios.

Hay banderas políticas con las que no congenio, pero que representan a muchos compatriotas. Si yo tuviera el corazón a la derecha, optaría por Gabriel Santos a la Cámara, tal vez el único de su colectividad seriamente comprometido contra la corrupción, y el único que no utiliza el absurdo y obsoleto pío pío de la ‘amenaza castrochavista’ para descalificar rivales. El país necesita un cambio urgente si quiere encontrar el rumbo perdido del Siglo XXI, y este tendrá que venir necesariamente de los más jóvenes, pues, dada la dramática situación actual, no se puede decir que los mayores se han lucido. Y sobre todo salir a votar, por supuesto, y no vender el voto. Sé que quienes lo venden, por su extrema pobreza, nunca leerán esto. ¿Qué pedir para ellos? Un castigo ejemplar a las mafias políticas que lo compran. Y seguir creyendo en este país, que muy a pesar de todo es lo mejor que tenemos.
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