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Aprender a perder

Hace apenas una semana escribía entusiasmado sobre la Copa América y la enorme seguridad que sentía al ver jugar al equipo nacional, dirigido por el portugués Queiroz, y de nuevo esa quimera se desvaneció.

2 de julio de 2019 Por: Santiago Gamboa

Hace apenas una semana escribía entusiasmado sobre la Copa América y la enorme seguridad que sentía al ver jugar al equipo nacional, dirigido por el portugués Queiroz, y de nuevo esa quimera se desvaneció.

Creo que fue el novelista austríaco Peter Handke quien tituló uno de sus libros El miedo del portero ante el penal, pero constantemente la realidad nos demuestra lo contrario: el que tiene miedo, el que se muere de miedo, es el que cobra el penalti. Porque la pena máxima es ya considerada un gol y el portero, en realidad, es inocente. Solo puede ser un héroe en caso de que lo tape. El que cobra, en cambio, puede fallar, y más cuando se trata de una tanda final de penaltis.

Lo que debe saber nuestro joven Tesillo, elegido por la diosa Fortuna para fallar su penalti y que Colombia quedara eliminada, es que en esa situación han estado grandes jugadores. Casi todos, tal vez con la única excepción de Cristiano Ronaldo, al que nunca le he visto fallar uno. Pero el resto sí.

Maradona falló en la tanda de penaltis en un partido por las semifinales del mundial de 1990. La diferencia fue que a pesar de eso Argentina ganó y el error quedó borrado. Lo doloroso es perder el penalti decisivo. El italiano Roberto Baggio, por ejemplo, falló su penalti contra Brasil en la final de la Copa Mundo de 1994, e Italia perdió. Baggio, que era un dios en su país, no pudo reponerse y debió hacer años de psicoanálisis. Incluso Messi, que sufre ese increíble trastorno de personalidad cuando juega con su selección nacional, también ha fallado penaltis importantes. Y el francés Griezmann, estrella de Francia, falló contra el Real Madrid en la final de la Champions League.

El fútbol, esa extraña ceremonia universal que hemos entronizado como el espectáculo más grande del mundo, es por esto mismo el escenario natural de aquello que Aristóteles llamó la hybris, la caída del héroe. El momento justo en que, por una extraña vuelta del destino, los dioses castigan a quien ha osado demasiado o ha querido salir de sus propios límites, desdeñando su condición y retándolos; y entonces, la suma azarosa de circunstancias lo hacen caer, y la caída es rotunda, hasta la base. En épocas del filósofo aún no se había inventado el fútbol, pero parece anticiparlo.

¿Cuántas cosas pueden interponerse en la trayectoria de un balón, esa línea recta que debe ir desde el punto de impacto hasta la red? Cada vez que se marca un gol es porque esa trayectoria estuvo libre de obstáculos, de ahí el increíble azar y, claro, la genialidad de quienes saben hacer goles, trazando esa trayectoria lejos de rodillas, codos y cabezas rivales, deseosas de cortarla e impedir que la trayectoria se cumpla.

Nuestro James es uno de los grandes artistas de esa línea, que él sabe trazar buscando los espacios vacíos. Como en el pase que le hizo a Cuadrado en el tercer gol a Polonia, en el Mundial pasado: un perfecto semicírculo que podría haber sido dibujado por Giotto.

De cualquier manera, perdimos ante Chile por los malhadados penales, del mismo modo que ante Inglaterra en el Mundial. Pero la selección seguirá adelante. Al fin y al cabo, es el equipo de un país al que le pasa lo mismo en su vida política, en sus pactos civiles. Un denso conglomerado humano que es contradictorio y variopinto, y que igual progresa, así sea de fracaso en fracaso.

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