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Alejarse

Estar lejos parece un destino, claro que sí. Alejarse para luego regresar con otra mirada, otra perspectiva. Cali, que me recibió con generosidad y afecto hace 6 años, empezaba a mostrar una cara ya no tan amable.

7 de julio de 2021 Por: Santiago Gamboa

Es necesario, cada tanto, tomar distancia. La pandemia canceló mis viajes previstos para el 2020 e inicios del 2021, pero esta semana, al fin, logré venir a Roma. Qué aventura.

Prueba PCR de menos de 72 horas antes de la llegada a Italia, rellenar una serie infinita de declaraciones y documentos. En El Dorado, al registrar la maleta, la señorita de la aerolínea parecía un agente de la Gestapo: inflexible, dura, maliciosa. Percibí en ella estremecimientos de placer cada vez que descubría algo nuevo en la lista de formalidades, que podía pedirnos más certificados y que había más planillas por llenar. Un paraíso burocrático que me recordó el cuento de Kafka en el que un hombre, que piensa salir de la ciudad, es interrogado por el guardia:
“¿Cuál es el objetivo de su viaje?”, y el viajero contesta: “Irme lejos de aquí”. “¿Y el destino?”, el otro responde, “estar lejos de aquí, ese es mi destino”.

Estar lejos parece un destino, claro que sí. Alejarse para luego regresar con otra mirada, otra perspectiva. Cali, que me recibió con generosidad y afecto hace 6 años, empezaba a mostrar una cara ya no tan amable. El paro nacional desnudó el nervio oscuro de algunas personas y apareció ese nuevo grupo humano: la “gente de bien”. Pudieron sacar sus pistolas y mostrarnos lo increíblemente armados que están y cómo disparan, con cuánto orgullo. Se filmaron disparando y compartieron en redes su heroísmo.

Surgió el caso emblemático de aquella doctora Rojas, de Imbanaco, que quería pagar para financiar paramilitares en Cali, y eso destapó el hormiguero y se supo que hay miles de personas que piensan igual y tienen la chequera lista. La “gente de bien” se radicalizó y se hicieron famosos logrando que Ciudad Jardín sea hoy, en Colombia, sinónimo de Ralito. Se agudizaron las peleas entre parientes con ideas contrarias. Se rompieron amistades y sé de algunos matrimonios que están en vilo.

Una amiga (y admirada artista fotógrafa), cuyo espíritu está con la extrema derecha, me canceló de sus contactos al conocer mis simpatías por la izquierda. Debí ocultar mi admiración por el socialismo democrático de Francois Mitterrand y Felipe González, en los que me formé y que aún están vigentes en Francia y España, para no ser acusado de terrorista y vándalo. Y así empezó el reino de la Cabal en la misma ciudad en la que personalidades como monseñor Darío Monsalve o el ex alcalde Maurice Armitage propusieron ver el conflicto desde una perspectiva más social y humana. Pero el odio seguía ahí, siempre vigilante. El amado odio nacional que tanto alimenta al colombiano (al de bien y al normal).

Por eso es tan bueno alejarse cada tanto. Los odios y conflictos de otros lugares son menos visibles para el extranjero, no nos afectan del mismo modo, y entonces el mundo parece estar en calma. Es una sensación artificial, claro, pero vivimos a través de los sentidos y es mejor estar así, anestesiados y lejos del dolor y del odio, aunque sea sólo por un tiempo.
¿Qué cosas nos pedirán al llegar a Francia y luego a Italia, al ver que venimos del tercer país con más muertos y contagios por covid? Imaginé funcionarios con escafandra y francotiradores en los aeropuertos Charles De Gaulle y Fiumicino, pero nada. Absoluto relajamiento. El policía malo era la chica de la aerolínea, el resto fue sólo sonrisas. Y ahora, ya lejos, una extraña sensación de paz.
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