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Adiós Bud Spencer

La muerte de Bud Spencer me lleva de vuelta a una época...

29 de junio de 2016 Por: Santiago Gamboa

La muerte de Bud Spencer me lleva de vuelta a una época de mi vida que consideraba concluida, pero que ahora se reabre. Corría el año de 1973 y mis padres, jóvenes profesores de la Universidad Nacional, viajaron a Roma con una beca para hacer estudios de Pedagogía del Arte con el profesor y exalcalde Giulio Carlo Argan. Contra la opinión de todos sus amigos decidieron llevar a sus dos hijos, mi hermano mayor y yo, de 7 y 9 años, gracias a lo cual tuvimos la experiencia de ser niños en la Roma de los 70. Era la época de oro de Raffaella Carrà, de la melancólica voz de Nicola Di Bari, del astro del fútbol Giorgio Chinaglia y de una serie de televisión emitida por la RAI con un inspector De Vincenzi que cada semana resolvía casos policiales aparentemente irresolubles. Veíamos todo eso en un viejo televisor Telefunken portátil que mis padres llevaron desde Colombia, pues la beca era muy modesta para una familia de cuatro. Fue seguramente en esa pantalla pequeña y en blanco y negro, cuyas imágenes tenían tendencia a desaparecer dejando unas exasperantes líneas paralelas, donde vi por primera vez a Bud Spencer, el gigante bueno que daba unas cachetadas estupendas a sus enemigos, siempre con una expresión de cansancio que luego se transformaba en sonrisa. Era alto, barbudo y sobre todo gordo. Al menos para las siluetas cinematográficas de la época. Y era gordo porque amaba la comida y la disfrutaba como ningún otro actor de cine, que yo recuerde. Su compañero, Terence Hill, en cambio, sí era el típico actor delgado, rubio y de ojos azules. De sus ‘espagueti westerns’ recuerdo sobre todo la sartén de fríjoles haciéndose encima de una hoguera y el gusto con el que luego comía, usando cucharas de madera y rebañando con pedazos de pan. Si algo sacaba de quicio a Bud Spencer era que lo molestaran cuando estaba comiendo, con la servilleta amarrada al cuello, y esa mirada era el preludio de las divertidas peleas que hoy, por supuesto, nos parecerían inconcebibles e infantiles, como de payasos de circo, pues de un solo manotazo tres enemigos podían caer de cabeza a un pozo, volar por las ventanas o quedar desmayados. Y sobre todo, Bud Spencer detestaba que le dijeran ‘gordo’.Aún me sorprendo al recordar que lo conocí personalmente, en 1999. Había en Italia por esos años un programa llamado ‘El Maurizio Constanzo Show’, al que fui invitado a raíz de la publicación de un libro. En el set estaban Bud Spencer, la Miss Venezuela en funciones (con un vestido transparente) y otras personas, además de una orquesta que tocaba cada vez que uno de nosotros acababa de hablar. Algo bastante carnavalesco, como se puede ver. Pero antes de salir al aire, en los camerinos, me presenté y le confesé mi admiración. Hablamos un momento de libros (preguntó por García Márquez) y me di cuenta de que conocía bien Colombia, pues mencionó Villa de Leyva y Mompox. Luego, ya en onda, dijo que tenía una casa de mar en Venezuela, lo que emocionó a la bella Miss. No recuerdo casi nada del programa, excepto que era con público en directo y muchos aplausos probablemente inducidos, y al final me despedí de él, emocionado y orgulloso, con la seguridad de haber visto por primera y última vez a uno de los grandes héroes de mi infancia. Un héroe ante el cual ahora hago mi más afectuosa venia.Sigue en Facebook Santiago Gamboa - club de lectores