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Relativismo o laxitud moral

El Capitán del equipo de fútbol de Inglaterra perdió esa distinción por...

6 de febrero de 2012 Por: Rudolf Hommes

El Capitán del equipo de fútbol de Inglaterra perdió esa distinción por haber hecho comentarios racistas contra un compañero, y posiblemente tenga que defenderse ante un tribunal por los mismos hechos. Aquí todavía hay gente que se lamenta de que hayan reemplazado al exdirector de la Selección Colombia por haber agredido a una mujer a la salida de un bar en Bogotá. No discuten que el tipo obró mal o que posiblemente sea un patán, pero insisten que la decisión de reemplazarlo debió concentrarse en sus habilidades como entrenador, porque pegarle a una mujer “no tiene nada que ver con el fútbol”. Posiblemente les aplicarán esos mismos criterios a los jugadores del Once Caldas que han sido acusados de violación y dirán que si son buenos jugadores deberían seguir jugando. En Inglaterra seguramente también habrá gente que diga que ser racista no afecta la destreza de un jugador, pero posiblemente nadie cuestiona que el Capitán del equipo de fútbol haya sido sancionado por racista. En Colombia hay mucha laxitud y las sanciones sociales no se aplican generalmente. Le preguntaba a un joven fanático de Santa Fe, muy crítico de la corrupción en la política y en los negocios, si no es inconsistente ser tan estricto en esos juicios y ser hincha furibundo de un equipo que no ha brillado por su apego a la ética. Sin parpadear me respondió que él no se fija en eso, sino que lo sigue y le hace barra por su historia como jugador. Algo anda mal si la juventud de un país invierte tanta emoción en el fútbol al mismo tiempo que ignora o hace caso omiso de los vínculos que varios de esos equipos han tenido con criminales, porque supuestamente lo uno no tiene que ver con lo otro. Lamentablemente tiene mucho que ver y esa capacidad de separar lo uno de lo otro conduce a que todo se tolere. No es exclusividad de los jóvenes ni de los deportes. Un cantante se emborracha y consume droga con una joven que muere en la juerga y el público sigue escuchando sus canciones como si nada hubiera ocurrido. Un tribunal condena a un militar por haber desaparecido a unos ciudadanos y él hace el comentario de que los “desaparecidos del Palacio de Justicia no existen”, con el beneplácito de altas autoridades y un selecto público.Sabemos que la corrupción en el Estado tiene mucho que ver con el clientelismo. Pero llegan las elecciones, y los mismos que promueven las leyes supuestamente ejemplarizantes se alían con los que fomentan la corrupción o se nutren de ella, porque si no lo hacen “pierden las elecciones”. Detienen y condenan a políticos que tienen lazos con los paramilitares o la mafia, y las señoras o los descendientes de ellos heredan los votos, las curules y los puestos. Todo sigue igual con la única diferencia de que se maneja desde las cárceles. Al cabo del tiempo no es fácil distinguir a los buenos de los malos, porque todos comen en el mismo plato. Y los que no lo hacen no se sorprenden. Simplemente suponen que los caminos del poder conducen necesariamente a la corrupción y al acomodo. La proliferación de escándalos y la revelación de hechos que no debieron haber ocurrido molestan al público, pero no suscitan una reacción y al cabo del tiempo nos acostumbramos a convivir con ellos, quizás porque cada cual piensa en su fuero interno que el infractor de turno “es un bandido, pero es un putas”. En ese medio, no es mucho lo que puede hacer un zar anticorrupción o un promotor de buen gobierno.