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Todo parecía que iba a cambiar en México. Peña Nieto se enfrentó...

23 de noviembre de 2014 Por: Rudolf Hommes

Todo parecía que iba a cambiar en México. Peña Nieto se enfrentó a los tótems más poderosos de esa sociedad. Le creó a Pemex competencia privada y enfrentó al poderoso sindicato de educadores. Sometió a Carlos Slim. Expidió normas para iniciar el desmonte de su monopolio de comunicaciones interviniendo en forma audaz con medidas extremas para limitar su capacidad de debilitar financieramente a sus rivales. Las medidas que han adoptado las autoridades colombianas con ese mismo propósito palidecen en comparación con lo que se ha conseguido en México y son comparativamente inocuas, a pesar de que Slim no detenta aquí tanto poder.A todo el mundo sorprendió que el presidente que aparentemente lidera el regreso del PRI tuviera el respaldo para desmontar los focos de poder que ese partido había creado. A veces daba la impresión de que todo estaba arreglado como en lucha libre y que a Peña Nieto, un filipichín, le habían dado el papel de El Santo. Los expertos en política mexicana advertían que detrás de él hay alguien, no tan santo, que mueve los hilos. El viejo PRI esta agazapado esperando que este retoño suyo le arrebate adeptos al PAN, el partido rival, entre el empresariado mexicano, y se establezca en el exterior y ante la opinión pública como una fuerza modernizante, más neoliberal que social demócrata. Todo esto estaba funcionando como un reloj de precisión hasta que surgieron las noticias de la desaparición de 43 jóvenes estudiantes de una escuela normal en el Estado de Guerrero, notorio por los vínculos entre los políticos y gobernantes con las mafias del narcotráfico. Aparentemente un alcalde local y su mujer, que aspiraba a sucederlo en ese cargo, ordenaron la detención de estos jóvenes por la Policía. Después de esto desaparecieron y fueron probablemente asesinados. La opinión mundial y hasta el Papa están convencidos de que esto último es lo que ha sucedido. El estado mexicano y su Presidente no le pararon bolas al incidente inicialmente y los medios mexicanos sometidos al PRI lo trataron de callar. Peña Nieto salió de viaje, a lucirse en los escenarios en los que alumbraba y se alejó con indiferencia del monstruoso suceso que ponía en evidencia que México no ha cambiado y tampoco ha cambiado el PRI, la política o su relación con la Mafia.En paralelo se desarrollaba otra historia que tiene a Peña Nieto en aprietos. Como otros presidentes del PRI, cometió la imprudencia de comprar un palacio de siete millones de dólares, de inmaculada blancura, y no se sabe bien de dónde pudo haber salido la plata para comprarlo, a menos que eso tuviera algo que ver con la concesión del ferrocarril rápido.Mientras estuvo el Presidente en el exterior la sociedad mexicana se indignó y se multiplicaron las manifestaciones públicas de protesta por la desaparición y probable muerte de los 43 jóvenes. A su regreso la voz del Presidente se pierde entre la de la multitud que protesta y pide justicia. El se limita a exigir cordura y balbucea que comprende que los manifestantes estén frustrados por la ausencia de definiciones y de justicia. Sus managers no lo entrenaron para ejercer un liderazgo compasivo o para enfrentar problemas éticos. Ellos mismos no saben cómo hacerlo.