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La Virgen de los Remedios

La sorpresa se convirtió en reverencia cuando algún tiempo después desapareció y se la encontró en el mismo sitio de donde había sido removida.

7 de septiembre de 2021 Por: Rodrigo Guerrero

Hace varios años escribí sobre la Montañerita Cimarrona, nombre que le dieron los caleños a la Nuestra Señora de los Remedios, cuya imagen está en la Iglesia de la Merced, en Cali. Aprovechando que en la pandemia muchos hemos vuelto a ella para pedir ayuda, quiero recordar algunos aspectos de esta bella devoción.

Dice la leyenda que un indígena le contó a fray Miguel de Soto, mercedario misionero que predicaba en las montañas del Anchicayá y el Digua, que había una imagen venerada en la región por los nativos; le llevaban comida y hasta le bailaban y hablaban. Intrigado, fray Miguel se hizo llevar cargado -pues era cojo- a la montaña de Micó, y allá encontró una estatua de la Virgen con el Niño en sus brazos, muy bella, tallada en piedra, en un nicho adornado de bejucos y helechos silvestres.

Le causó tanta impresión la imagen al buen fraile, que la hizo trasladar al beaterio de la Merced, en Cali, donde la pusieron en un rincón debajo del coro. Corría el año de 1580, y la sorpresa de los seiscientos habitantes que debía tener la Villa por ese entonces debió ser muy grande por la aparición de la misteriosa imagen.

La sorpresa se convirtió en reverencia cuando algún tiempo después desapareció y se la encontró en el mismo sitio de donde había sido removida. La trajeron de nuevo a Cali; pero otra vez desapareció en forma misteriosa y la hallaron en el mismo sitio.

Para traerla una tercera vez, los piadosos habitantes de Cali la acompañaron en procesión, muchos descalzos como muestra de piedad, y acordaron hacerle un lugar adecuado, sencillo y evocador de su sitio original, arrullado por el río, en un costado de la Capilla de la Virgen de la Merced. Este sitio debió gustarle pues no volvió a desaparecer.

Los caleños comenzaron a llamarla Montañerita Cimarrona, en alusión a los esclavos escapados que se llamaban ‘cimarrones’. Al comienzo se la veneró bajo la advocación de Nuestra Señora de las Nieves, pero finalmente quedó como Nuestra Señora de los Remedios, muy popular en varios lugares de España.

La imagen fue objeto de veneración inmediata y desde el comienzo se le atribuyeron milagros. Su fama llegó hasta Don Melchor Liñán, obispo de Popayán quien, en 1672, ordenó recoger la historia y hacer la transcripción de los hechos milagrosos.

Poco importa si la aparición en las “asperísimas montañas del Digua” se deba a algún otro mercedario predicador que llegó antes que fray Soto o si las desapariciones misteriosas de la Cimarrona se explican por la devoción de los indios que querían rescatarla.

Esta bellísima leyenda ha estado siempre presente en todos los eventos de la ciudad. Ante ella se han jurado fidelidades parejas de caleños, a ella han acudido en momentos de adversidad y bajo su amparo se acometieron grandes proyectos ciudadanos. Su fiesta se celebra el 8 de septiembre, el mismo día de la Niña María de Caloto, y, en ocasiones especiales se la saca en procesión para implorar las lluvias en los períodos de sequía.

A partir de la batalla de Lepanto (1571) la iconografía Mariana española acostumbra a poner una media luna a los pies de la Virgen, para recordar el triunfo sobre los infieles. Así ocurre con las Mercedes, Guadalupe y Chinquinquirá. Nuestra patrona de los Remedios no tiene esa connotación bélica y, en cambio, sostiene a su Niño con un chontaduro en sus manos. Mejor alimentar los infieles, que matarlos, parece decir.