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Genialidad o descache

Su decisión implica activar el megáfono virtual de miles de extremistas de todas las tendencias que trinan barbaridades en el ancho mundo.

6 de mayo de 2022 Por: Ramiro Guerrero Carvajal

Con la compra de Twitter el señor Elon Musk, famoso por sus aventuras empresariales, se mete ahora en un negocio muy grande que ha justificado con motivaciones filosóficas, pero que no parece tener mucho sentido financiero. Tanto así que pone en riesgo buena parte de su fortuna, calculada (hasta ahora) en 250.000 millones de dólares.

Para justificar la compra Musk alza la bandera de la libertad de expresión, la cual estaría amenazada por la censura que aplican las redes sociales. Un ejemplo emblemático es Trump, quien está vetado de Twitter y otras redes desde el día que la turba de sus seguidores ingresó violentamente al Capitolio en Washington DC.

La libertad de expresión es fácil de defender en abstracto, pero en la práctica es difícil trazar la línea que separa la opinión de la injuria y la realidad de la falsedad. Lo es, sobre todo, para las redes sociales por el volumen de información que publican. Tienen que emplear robots de inteligencia artificial para detectar y filtrar contenido malicioso y noticias falsas (y, aun así, se cuelan).

Al autoproclamarse adalid de la libertad de expresión y alejarse de las prácticas que al respecto han establecido las demás redes sociales, Musk se mete en camisa de once varas. Su decisión implica activar el megáfono virtual de miles de extremistas de todas las tendencias que trinan barbaridades en el ancho mundo. Haga lo que haga, el nuevo dueño quedará mal por algún lado. Reabrir la cuenta de Trump, por ejemplo, ofende a muchos de los 7.500 empleados de Twitter.

Musk venció la resistencia inicial de la junta de Twitter que había intentado bloquear la compra, y está pagando una fortuna por la compañía pese a que perdió plata el año pasado y sólo ha dado utilidades en 2 de los últimos 12 años. Normalmente, plataformas estilo Twitter se cotizan a medida que crece su número de usuarios, bajo la expectativa de que en el futuro logren ‘monetizarlos’. Es decir, generar ingresos, típicamente, vía venta de publicidad. Pero Twitter ya lleva muchos años y no ha sido muy exitosa en ‘monetizar’ con sus 330 millones de usuarios activos. De los 43.000 millones de dólares que ofreció pagar por la compañía, Musk está poniendo cerca 21.000 millones de su bolsillo, más un préstamo que pidió por 12.000 millones para el cual tuvo que empeñar acciones de Tesla, la promisoria compañía de carros eléctricos que ha liderado. Otros 13.000 millones también serán nueva deuda, pero asumida directamente por Twitter. Con esto, el monto de la deuda de la compañía será doce veces más grande que los excedentes de caja que lograr generar en un año, según reporta el New York Times. Queda entonces Twitter en una gran fragilidad financiera. Ante cualquier meta de ganancias que no se cumpla se puede derrumbar el esquema.

Con la complicación adicional de que lo político se conecta con lo económico. Hoy en día Twitter pone avisos de advertencia junto al contenido publicado por medios oficiales de China (como quien dice “ojo con esa fuente”). Cosa que no le debe parecer divertida al gobierno de ese país, donde Tesla, por lo demás, tiene grandes ambiciones comerciales. Tanto así que, en parte por la expectativa de esas tensiones políticas, el precio de la acción de Tesla cayó más de 10%. Esas acciones son la garantía del préstamo que pidió Musk para comprar Twitter, de manera que si siguen desvalorizadas los bancos podrían pedirle que ponga más de ellas para respaldar el crédito. Al parecer Musk todavía tiene la opción de echarse para atrás, pagando un destrate de 1.000 millones de dólares.

Habrá que ver en qué para esto, pero por ahora se asemeja a un malabarista con demasiadas bolas en el aire.

*Decano de la Escuela de Economía y Finanzas de la Universidad Icesi