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El voto obligatorio

El voto obligatorio debe incorporarse a la Constitución. Abstenerse de votar es...

15 de marzo de 2011 Por: Ramiro Andrade Terán

El voto obligatorio debe incorporarse a la Constitución. Abstenerse de votar es un delito contra la democracia que debe sancionarse. El ciudadano tiene derechos como el de escoger sus gobernantes y voceros en el Congreso. Pero también obligaciones como votar: la más importante. Tolerar que la democracia se debilite por la abstención en ascenso, es un craso error político que, tarde o temprano, tendrá que pagarse. No se trata de obligar al apoyo a ningún candidato. Si el ciudadano estima que no le satisface ninguno, puede expresarlo marcando la casilla de abstención. Que debe figurar en la papeleta. Esa es una opción. Mala: pero opción al fin.El término ‘obligatorio’ suena antipático. Pero es exacto para definir el asunto. Que no es de poca monta. La abstención crece a velocidad alarmante y el nocivo fenómeno apenas provoca plañideros editoriales en periódicos y declaraciones grandilocuentes de jefes políticos. Un día no tan lejano los ciudadanos que cumplan con el deber de votar serían, apenas, un 20% de la población habilitada para sufragar.Ese enorme potencial que es el arma pacífica del voto, se reduce a un resultado raquítico, sin consecuencias políticas de fondo. Los grandes beneficiados con esa débil expresión democrática, son los clientelistas. Que invierten grandes sumas en la compra de sufragios para obtener poder político. El daño que se causa a la democracia es inmenso. Pero eso no motiva una acción de fondo para remediarlo. Ni del Gobierno, las autoridades electorales, los partidos, o las organizaciones cívicas. Como ocurre con otros problemas importantes, se deja correr el agua al molino.Algunos tachan de antidemocrático el voto obligatorio. En absoluto: lo antidemocrático es permitir que la democracia se hunda por el peso de una abstención incontrolada. Por la apatía -o la física pereza- de quienes pueden votar, decidir, y no lo hacen. No hay nada más pernicioso que una sociedad permisiva que olvida los deberes esenciales de la gente. El voto es el ladrillo cívico con el cual se construye el edificio social. Y –lo más importante- el sistema para elegir los gobernantes y el Parlamento. Pone o quita rey en la escena política y asegura la libertad. No es admisible la queja frecuente de personas contra sus gobiernos, o sus parlamentarios, si el día de las elecciones se quedan en casa con el fútbol en la televisión, o en francachelas con amigotes. El voto obligatorio sería una solución radical para un vicio enorme de una sociedad democrática.