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El mundo y la pacificación

Lograr la pacificación de Colombia, se convirtió en una empresa que cuenta...

9 de febrero de 2016 Por: Ramiro Andrade Terán

Lograr la pacificación de Colombia, se convirtió en una empresa que cuenta con el apoyo de la Unión Europea. Un paso fundamental que hace aún más irreversible -como se escribió en esta columna- lograr, después de 50 años de violencia sangrienta y estéril, la paz de la nación. Acabar con el conflicto ya tenía apoyo vital de Estados Unidos; América Latina; china, Japón; y otras naciones del orbe. La pacificación de una nación atormentada por un enfrentamiento de refinada crueldad, salvaje y absurdo, es un hecho que cuenta con el apoyo de los bloques de naciones más importantes del planeta. Para decirlo en términos coloquiales, nadie puede ponerle conejo.Reviste importancia singular la intervención del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, para verificación del cese al fuego y de hostilidades. Como se anotó en informe de Semana: “El hecho que las partes (Gobierno y guerrilla) hayan decidido acudir ante la ONU, significa que, definitivamente, ya no hay duda sobre la voluntad política de acabar la guerra”. Claro, concreto y objetivo.La magnitud de ese episodio de retorno a la pacificación y su importancia política y social, ha provocado una clara tendencia a su favor, que se manifestará con un abrumador sí a la consulta popular de la medida. Para derrotar la decisión negativa del sector encabezado por el expresidente Álvaro Uribe.Es difícil entender esa conducta de los enemigos del fin de una guerra demencial. Que casi acaba con nuestra democracia y el Estado Social de Derecho. Generó miles de muertos y millones de desplazados. Ocasionó un costo de proporciones mayúsculas. Creó turbulencias en las ciudades, que vieron crecer sus cinturones de miseria. Y originó una violencia, atroz y sin nombre donde todo crimen fue cometido con pasmosa frecuencia. Se postró la nación y se afectó su desarrollo, que hubiese sido mayor al aceptable que -por milagro- se logró. Desapareció la ética colectiva. Los colombianos se habituaron a los peores crímenes. La indiferencia por esa guerra salvaje fue visible. Y la ausencia de liderazgo eficaz y enérgico para acabar la matanza, fue evidente.La paz no la regalan: cuesta. Debe ser el esfuerzo del gobierno, la sociedad civil, la iglesia, los partidos y las llamadas ‘fuerzas vivas’. A ese propósito nacional hay que contribuir con decisión y fe en el futuro. No hay compromiso más noble que rescatar nuestra patria de todo el horror de 50 años de violencia y exterminio entre compatriotas.