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Las tentaciones del poder, advertía Churchill, hay que manejarlas con prudencia y...

5 de abril de 2016 Por: Ramiro Andrade Terán

Las tentaciones del poder, advertía Churchill, hay que manejarlas con prudencia y discreción. Las grandes concentraciones no deben convertirse en un ‘show’ ruidoso para aplaudir al mandatario. Deben ser sobrios actos de gobierno para celebrar sucesos capitales en la vida de una nación. Para el caso, la manifestación pública para estimular la firma cercana de los acuerdos de paz en La Habana. Algo que no es suceso cualquiera: es el proceso más importante de nuestra historia moderna. Que llevará tiempo y esfuerzo colectivo para consolidarse.Entre más discreto sea el ejercicio del gobierno, mayor aceptación tendrá. En muchas ocasiones, el afán por la “vitrina” altera el sentido de la celebración. Todo se reduce a satisfacer el ego del mandatario, por la multitud que lo aplaude. En el caso de la concentración convocada por el presidente Santos, debe preservarse su gloriosa significación: la llegada de la paz, después de 54 años de guerra sangrienta y estúpida.El postconflicto es clave. El silencio de los fusiles es suceso de enorme importancia. Pero es -apenas- el comienzo de la estación de la paz. Lograrla a plenitud, estable, digna, apoyada por quienes equivocados combatieron largos años sin razón de fondo que lo exigiera. Es fácil apreciar que millones de compatriotas no solo quieren la pacificación, sino algo más importante: están dispuestos a luchar por ella. Como debe ser.Se ha dicho muchas veces que la paz no es un regalo: es uno de los mayores bienes de la humanidad. Que está en la obligación de mantenerla con esfuerzo permanente. A la paz hay que meterle pueblo. Sin demagogia, ni búsqueda de beneficios politiqueros. Otra tendrá que ser la conducta de nuestros compatriotas, frente a una Colombia sin el impacto terrible de una lucha entre hermanos. El postconflicto obliga a la participación ciudadana para reparar el daño inicuo. Grave pecado seria quedarse mirando para san Felipe, sin cumplir el deber de trabajar por la estación de la paz que regresa.Solo un grupo político, dirigido por el expresidente Álvaro Uribe, se marginó del proceso. El resto de los colombianos no solo quiere la paz: está dispuesto a luchar contra los que piensen arrebatarla. Ese clima mayoritario contra la violencia de medio siglo, es de inapreciable valor.Saludable reacción que parecería perdido en la maraña de los combates. El país, sus inmensas mayorías, decidieron acabar con el rosario de desgracias de tantas décadas. Como vamos -contra la opinión de los pesimistas profesionales- vamos bien. Hay que seguir ese camino.