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Buena consejera

Provoca admiración ilimitada, pasión en las canchas, idolatría por los maestros de...

10 de noviembre de 2015 Por: Ramiro Andrade Terán

Provoca admiración ilimitada, pasión en las canchas, idolatría por los maestros de su juego (el ‘jogo bonito’) que aparece como una sinfonía de arte supremo en el deporte de Pelé, el más popular del mundo. Detrás de todo eso hay magia. Pura y sabia que los dioses del fútbol regalaron a los predestinados a interpretar -mejor que nadie- la complicada, hermosa geometría de un deporte que se practica con los pies, pero tiene inspiración y estrategia en la inteligencia de sus actores. En el caso de Colombia, con máximos intérpretes, soberbios ejecutantes de toda la secreta estrategia que se esparce por el verde de las canchas. Para sacar a los hinchas de la desolación y la angustia de un mundo conflictivo y hacerlos vivir la gloria -efímera pero magnífica- del ‘partido’. Ese encuentro de gladiadores, posesos de la religión moderna del fútbol que creó a Pelé, Maradona -y Valderrama-. Antídoto eficaz contra la violencia de una nación. Muchos estiman que el fútbol es deporte populachero. No es así. El juego también contagia a escritores como Albert Camus quien afirmó preferir ser arquero de su equipo amado, antes, que el escritor prodigioso que llenó de gloria la literatura francesa. Se juega con los pies, pero se gana -como ya se dijo- en un acto de inteligencia del entrenador y jugadores que corren para aplicar en la cancha la estrategia para derrotar al oponente.Si un equipo falla en su conjunto, opaca a su jugador -o jugadores- ‘estrella’. Se gana cuando se impone el juego colectivo, se respeta la táctica acordada y cada quien se convierte en fervoroso compañero para interpretar el libreto. Colombia ha recibido -y recibirá- justos elogios por su consagración como equipo entre los mejores del planeta. Eso llena de gozo y orgullo (ojalá discreto, humilde) a quienes amamos el deporte que Maradona enalteció. Hay que confiar en que a nadie se le suban los humos a la cabeza y la vanidad haga su agosto. La gloria es efímera, voluble y se cultiva con arduo trabajo y pasión. La Selección Nacional es orgullo que hace olvidar, por un momento, la fama de la nación más violenta del Continente. Hay que cuidarla, respetarla, confiar en ella. Pero no endiosarla para que se considere enviada desde el cielo del fútbol para darle alegría a una nación que ha pasado por todos los horrores. Como vamos, vamos bien. Hay que mantenerse al lado del equipo con ardiente constancia. En las buenas y en las malas. Recordar que la humildad es la mejor consejera y aceptar sus escasas derrotas sin denigrarla.