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TLC, oportunidad o adversidad

Adam Smith, Padre de la Economía, estudió los aranceles y las restricciones...

23 de mayo de 2012 Por: Rafael Rodríguez Jaraba

Adam Smith, Padre de la Economía, estudió los aranceles y las restricciones al comercio, y en su obra cimera, La Riqueza de las Naciones, escribió: “Lo que para un padre de familia es prudente, también lo es para un país. Si un país extranjero puede suministrarnos un artículo más barato de lo que nos cuesta fabricarlo, nos conviene comprarlo. La población no duda en comprar lo que necesita, a quien lo venda más barato”. Luego agregó: “Los extranjeros que quieran invertir en un país, respeten sus leyes, establezcan negocios, generen empleo y paguen impuestos, deben ser apreciados como los nacionales. Que nadie olvide, que todos somos extranjeros.”Las palabras de Smith son indiscutibles e imperecederas. Tanto en el comercio interior como exterior, la población le compra al que venda más barato y le vende al que compre más caro. Pero la retórica proteccionista, aprovechando la debilidad que produce la falta de educación, perversamente les ha hecho creer a los pobres, que los aranceles y las restricciones los favorece, y que la libertad de mercado los perjudica.Es claro que el libre comercio, por abolir los tributos arancelarios, reduce los precios, estimula la competencia, mejora la calidad, democratiza el mercado y desalienta la inflación.También es claro, que en los países emergentes, la abolición de los aranceles abarata la adquisición de bienes de capital y materias primas extranjeras, haciendo más eficiente la producción, y con ello, generando disminución de precios, ampliación del mercado, creación de nuevos trabajos, aumento de ingresos y de pago de impuestos.Por lo general, el hecho de que los salarios en un país emergente sean más bajos que en uno industrializado, induce a que entre ellos, el emergente le venda más al industrializado, y que éste, antes que aspirar a ampliar su mercado en el emergente, se valga de él para abaratar sus costos de producción, y de hacerlo, le termine invirtiendo y generando nuevos empleos.Todas las razones en favor del intercambio -probadas hace cerca de 200 años- conducen a que los beneficiados sean los consumidores. La prosperidad de Japón, Singapur y Chile vivifica estos axiomas, aún no rebatidos por los vociferantes globafóbicos, que por utilitarismo sectorial o ignorancia invencible, abogan por el proteccionismo que favorece a pocos y perjudica a todos.Los TLC no hacen milagros, ni vuelven ricos a los pobres, ni pobres a los ricos. Los milagros de hoy los debe hacer la sociedad educada, aplicando las ciencias económica y jurídica, y desoyendo la ideología populista que pretenden hacer política con ellas.Para que cualquier intercambio germine, es necesario que mejoremos la productividad y estimulemos la competitividad; y que el Estado, abarate el costo del dinero, mejore la infraestructura, minimice los trámites y modifique la errática política monetaria, cambiaria y crediticia que nos agobia.Los TLC no son perfectos, son perfectibles; no son un modelo de desarrollo, tan sólo son un instrumento creado por las naciones para volver al mercado libre, como siempre lo fue, hasta que los feudales lo restringieron para enriquecerse a costa de los comunes; Tampoco son irredimibles; son revisables, y unilateral y temporalmente se pueden suspender, cuando se advierte un daño inminente en el mercado.