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Un nuevo mejor amigo

Solté la carcajada, sólo para después quedar perplejo. Creí que era otra...

14 de noviembre de 2010 Por: Rafael Nieto Loaiza

Solté la carcajada, sólo para después quedar perplejo. Creí que era otra de las salidas esquizofrénicas del Teniente Coronel, que ahora trataba a Santos como su compadre cuando apenas semanas antes le había dicho mafioso y paramilitar. La turbación vino cuando constaté que no era Chávez el que hablaba de nuevas amistades, sino Santos el que se refería afectuoso al aprendiz de tirano. Reafirmo que es mejor tener relaciones que no tenerlas y que creo que el esfuerzo por bajarle tensión a la situación con el vecino tenía sentido estratégico y, por tanto, ameritaba una cuidadosa tarea diplomática. Siempre pensé, y lo escribí aquí, que Uribe le hacía un favor enorme a Santos aireando los vínculos del gobierno venezolano con la guerrilla colombiana y que para el nuevo mandatario, en las condiciones en que recibió las relaciones, todo era ganancia. Además, me pareció justificado el empeño si se conseguía al menos el pago de la deuda de más de 800 millones de dólares de Venezuela con exportadores colombianos. Recuperar esa platica, o al menos parte de ella, bien valía una misa o, para lo que nos ocupa, un encuentro en San Pedro Alejandrino. Una dosis de pragmatismo era justa y necesaria. Pero una cosa es una cosa y otra muy distinta calificar a Chávez como su “nuevo mejor amigo”. No pudo haber sido una broma, porque Santos, como Uribe, tiene muy poco sentido del humor. Y porque el Presidente es frío y calculador en estos temas, como debe serlo, y sabe bien que no puede darse semejante lujo retórico (calificar a Chávez como su “nuevo mejor amigo” fue, en el mejor de los casos, un exceso innecesario).Y porque no es creíble la súbita transformación de los afectos en un Presidente que conoce como pocos, desde mucho antes de ser Ministro de Defensa, la naturaleza agresiva y expansionista de la revolución bolivariana y su apoyo a las Farc y el Eln. Y porque la realidad, que es lo que al final importa, muestra que a pesar de los acercamientos, Chávez no ha cambiado aun nada sustantivo que amerite que dejemos de verlo con prevención, le abramos los brazos y nos preciemos de su amistad.En la política internacional lo que vale es alcanzar los objetivos estratégicos. Lo que pesan son los hechos, no las palabras, por mucho que éstas tengan un inocultable simbolismo. Y los hechos muestran que Chávez no ha pagado aún las expropiaciones a Argos y a los socios colombianos del Éxito, que los giros de deuda se anuncian pero no llegan y que los cabecillas de la guerrilla colombiana siguen campantes en territorio venezolano. Hasta que eso no cambie, hasta que Venezuela no expulse a Iván Márquez, a Granda, a Jesús Santrich y a Grannobles, y a Gabino, a Antonio García y a Pablo Beltrán, todos refugiados en Venezuela, las precauciones en la relación con Chávez han de ser máximas y las denuncias internacionales, si no hay cambio, un imperativo. De nada sirve que Chávez no insulte al Presidente colombiano o que se reúnan unas comisiones, si la realidad de la cooperación de Chávez con la guerrilla permanece y si los industriales y exportadores no reciben lo que se les debe.Ahora, no sobra recordar que a la hora de escoger amigos hay que ser cuidadosos: el récord de Chávez es tenebroso. Es como el alacrán de la fábula: su naturaleza es picar aun a quien le tiende la mano.Finalmente, ¿seremos tan insensatos de extraditar al narco Walid Makled a Venezuela, para que Chávez lo silencie?

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