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Los del olimpo

No importa que se alce la voz, que se grite. No hay...

16 de junio de 2013 Por: Rafael Nieto Loaiza

No importa que se alce la voz, que se grite. No hay quien oiga. O si oyen, es como si fueran sordos. Pero no estoy seguro siquiera de que en verdad oigan. Están tan arriba, tan alto, tan alejados de este mundanal ruido, tan aislados en su olimpo, tan embebidos en su soberbia y tan pagados de sí mismos, que quizás en verdad no alcanzan a oír los quejidos de los mortales. Son ellos, los togados, allá y los demás, nosotros, ciudadanos del común, acá. Y ellos tienen cinco días cada mes de vacaciones pagadas, a los que llaman permisos remunerados, sesenta días en total, más veintidós más entre diciembre y enero, y los sábados y domingos y Semana Santa y festivos. Al hacer la cuenta trabajan alrededor de la mitad del año o algo por el estilo. Y si además se suman los viajes a seminarios, conferencias, foros, cursos y encuentros con colegas de todo el mundo, los días laborales deben ser aún menos, aunque ellos aleguen que esas actividades agotadoras y con tan malos viáticos, denominadas comisiones de servicios, son indispensables para estar a la última moda jurídica de Lituania, de China o de Cuba.Agréguese que los del olimpo consiguen que sus esposas, hermanos, primos, sobrinos, novias y tinieblas tengan un puestico bien remunerado en el equipo de alguno de sus camaradas. Y ahora se estila también que roten de una corte a otra, pegados como sanguijuelas a los privilegios y beneficios que merecen las grandes alturas de su profunda sabiduría. No falta, además, el elegido para los más altos privilegios, aunque sea defraudador del Estado y también de sus antiguos clientes. Y claro, con tanto tan bueno para comer, nombrar al próximo compadre se ha vuelto tarea imposible. Pasan años, literalmente, para que haya acuerdo entre tanto sabio sobre los nombres de quienes han de reemplazar a los que la ley obligó al retiro. Con ese olimpo impoluto, cuna de la sapiencia suma, hogar de los más doctos, fue que el gobierno Santos negoció la reforma a la Justicia, con el obvio resultado de que en la tal enmienda había más micos y orangutanes que en la sección de simios del zoológico de San Diego.Y bueno, tras dejar empeloto a su Ministro de Justicia, quien terminó pagando platos rotos propios y ajenos, el Gobierno renunció a cualquier intento de reformar la Justicia. Es entendible, porque desde antes, y aún más desde ese entonces, han sido tantos los ejemplos de buen comportamiento, de prístina conducta, de eruditas decisiones, que acá deberíamos vivir felices como lombrices bajo el ‘gobierno de los jueces’, doctrina no suficientemente bien ponderada de los beneméritos Arrubla e Ibáñez.Que la justicia sea pronta, proba y cumplida es expectativa solo de países desarrollados. Que haya celeridad y transparencia en los fallos judiciales es aspiración de los más ricos. Que los jueces sean lo mejor de lo mejor entre quienes se dedican al derecho, dignos de admiración y encomio, preocupación del primer mundo. Que haya seguridad jurídica, consistencia y estabilidad en la jurisprudencia, certeza sobre la cosa juzgada, preocupación solo de unos pocos. Y nosotros somos tercer mundo puro y duro, subdesarrollados y pobretones. Tenemos lo que nos merecemos. Y como Sísifo, nos repetimos, sin que el esfuerzo tenga probabilidad ninguna de éxito a pesar de los innumerables intentos. La nuestra es una queja que, aunque repetida una y mil veces, es inútil, como si fuera muda.

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