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El nefasto legado romano

En la antigua Roma, los contratos se perfeccionaban sólo si se seguía...

29 de agosto de 2013 Por: Philip Potdevin

En la antigua Roma, los contratos se perfeccionaban sólo si se seguía un estricto procedimiento, cargado de fórmulas, de ritos verbales y escritos. En caso que no se cumpliera, el contrato podía anularse alegando la inobservancia del ritual. Gran parte de la eficiencia del derecho romano se debió a ese apego a la forma, que permitió la estabilidad del orden jurídico. El derecho romano nos llegó por vía de España y se mantiene casi intacto hasta nuestros tiempos en los países de influencia mediterránea. De eso da fe cualquier alumno de Derecho desde el inicio de sus estudios. El incumplimiento del formalismo se denomina ‘vicios de forma’. Una ley, un decreto, un acto jurídico, una reforma constitucional se puede caer si se comprueba que los pasos exigidos no se siguieron de manera precisa. La historia del país está llena de buenas leyes, buenas reformas que se evaporaron al pasar por el control constitucional. Los vicios de forma también son el paraíso de rábulas que buscan entorpecer un proceso y se apegan al menor detalle para invocar supuestas nulidades. El formalismo jurídico es necesario para revestir a la sociedad de orden, seguridad y seriedad en sus interacciones. Lo que no está bien, es que aún hoy persista un apego irracional a lo insignificante, al detalle. No hace sentido que sigamos escudándonos de asumir responsabilidades invocando fórmulas, ritos, procedimientos que son absurdos, inoficiosos e improcedentes en un mundo donde lo que se exige es agilidad, uso del buen criterio y descongestión de procedimientos; un mundo donde la premisa debe ser la buena fe. Hablo de las trabas de los funcionarios que se niegan a tramitar cualquier documento alegando la inobservancia de un oscuro y desconocido reglamento que sólo ellos conocen y que deben obedecer al pie de la letra. De esa forma, a modo de ejemplo, en una notaría se niegan a autenticar una firma porque se hizo debajo de la línea puntada y no encima, en otra oficina no reciben la foto por cuanto era con fondo azul y no blanco o rechazan un documento por cuanto la huella digital está en azul y debe ser en negro o el policía de tránsito amenaza con un comparendo si no se le presentan los originales de los documentos solicitados. De poco han valido las leyes de simplificación y agilidad de tramites que recalcan el principio de la buena fe del ciudadano. El funcionario de turno, desde su incapacidad o no disposición de asumir responsabilidades, se protege de su miedo en el reglamento, en otra oficina: “Es que allá no me lo reciben”, “allá son muy exigentes”, o apela a la manipulación, “para qué se lo recibo si después se lo devuelven”.Ninguno quiere asumir potestades, tomar decisiones, usar su criterio. Pero la culpa no se le puede echar sólo a ellos, más arriba, en el corazón de la burocracia, es donde están los verdaderos legatarios del formalismo romano. ¿Qué es necesario para que se deshagan de sus togas?