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¿Y si recuperamos los límites?

Nunca habíamos terminado el año con tal incertidumbre. Y cuando tratamos de...

2 de enero de 2017 Por: Pedro Medellín

Nunca habíamos terminado el año con tal incertidumbre. Y cuando tratamos de explicar el porqué llegamos a este estado de corrupción, ventajismo, insolidaridad, polarización y violencia, resultamos incapaces de conversar. Tenemos la frialdad para acusar al otro de corrupto, violento o ventajista, pero no la cabeza fría para reaccionar y evitar que se siga propagando. Por eso no podemos encontrar salidas que ayuden a resolver los problemas. Y mucho más, nos resistimos a asumir las responsabilidades que competen a cada quien en esta especie de crisis que tiene todo a punto de explotar en este final de año.Pero quizá lo más duro, lo más difícil, es entender que nuestro principal problema, la razón de esa incertidumbre, está en la falta de límites. Crecimos en una sociedad y en un país que ya no sabe qué son, ni dónde están. Hemos perdido aquello que marca la diferencia entre lo que es mío y lo que es de todos; entre que lo que debo hacer yo y lo que tenemos que hacer juntos. Y de allí a no saber dónde está la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto; entre lo honesto y lo corrupto; entre lo que es ilegal y lo que es legítimo. Es la clave principal que define a la colombiana como una sociedad individualista. Es el individualismo en el que nos resistimos a entender y aceptar que existen unas fronteras imaginarias que delimitan nuestros comportamientos y que son las que determinan cómo convivimos, cómo actuamos en los espacios públicos; en las interacciones con otros y con el Estado, en los negocios, en las relaciones de pareja, en el trabajo. No respetamos los límites con los demás ni con nosotros mismos. Vivimos un mundo de relaciones en el que cada quien se cree dueño de la verdad y se resiste a escuchar al otro. Y si se trata de marcarlos, se reacciona como si se tratara de su peor enemigo. Y su lucha por imponer su propia perspectiva es tan fuerte, que le impide pensar siquiera en que haya una contraria. Por eso estamos enfrascados en semejante polarización. Lo más grave, es que frente al enfrentamiento, antes que buscar una solución, una salida, solo sabemos reaccionar con violencia física o psicológica. Buscamos hacer o decir lo que dañe, lo que le duela al otro. No importa cuan solidario haya sido, cuan generoso. No en vano vivimos en un país, en donde hubo que expedir una ley para castigar los ataques con ácido.Así hemos llegado a convivir en una cultura en la que cada quien quiere sacar provecho para sí mismo y que sus intereses sean los que primen. Que su opinión sea la que se imponga. Que si lo hace él, esta bien hecho. Que si los que gritan o patean son sus hijos, pues los demás que aguanten; y si es su música, pues que se la bailen. Pero si son del vecino que los amarren; que si es la música, que la apaguen. Y si no lo hacen, recurren a hacer justicia por su propia mano. Por eso es que no pasan ocho minutos antes que se reporte un hecho de violencia entre vecinos en Cali o Bogotá. En todo el país habrá ya cerca de 10 mil personas asesinadas en estas riñas, de las 12 mil que se registrarán al final de 2016. La falta de limites es la que explica porqué la sociedad colombiana es una sociedad que exige que se respeten los derechos, pero nunca hace lo mismo con los deberes. Se exige que haya movilidad en la ciudad pero no respeta las normas de tránsito. Se presiona porque se aumenten las inversiones, pero no quiere pagar impuestos. Si no se está dispuesto a cumplir con los deberes con el mismo fervor que se exige el cumplimiento de los derechos, no hay posibilidades de que los acuerdos se respeten. Si no hay acuerdos, tampoco hay sentido de lo público. Y cada quien hará valer lo suyo por la fuerza. Así, tampoco habrá posibilidades que podamos construir algo juntos que de verdad sea sólido. Deberíamos pensar como propósito para 2017: si queremos un buen país, ¿cuáles son los límites que debo respetar? ¿Cuáles son los que entre todos debemos recuperar?