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¿Y la otra guerra?

Mientras tantos colombianos marchan pidiendo que le apuren con los acuerdos que...

24 de octubre de 2016 Por: Pedro Medellín

Mientras tantos colombianos marchan pidiendo que le apuren con los acuerdos que traerán la paz, en los mismos lares la otra guerra, la que produce 4 de 5 muertes, esa, no se detiene. Esta semana fueron asesinados, en Bogotá, un emprendedor que había logrado hacer de las frutas y verduras un negocio sorprendente; en Medellín, un joven brillante que había desarrollado un dron para medir la calidad del aire en su ciudad; en Barranquilla, lo mismo que en Cali, un estudiante de 19 años y en Cali, otro de 20 murieron por robarles el celular. La lista podría ser tan larga como para copar todas las páginas de este periódico en la edición de hoy.Y por estos hechos no hay marchas. No hay protestas, ni reclamos para que las autoridades pongan fin de una vez por todas a estas pérdidas de vidas que le estaban aportando muchísimo a sus ciudades y al país. Todo queda registrado como ‘hechos de sangre’ con los que los colombianos ya estamos acostumbrados a convivir. A estas alturas del año ya debemos estar sobrepasando los 8 mil homicidios que mantienen al país con una tasa que bordea los 25 homicidios por cada 100 mil habitantes. Y a Pasto, Cúcuta y Cali, como las ciudades más violentas de Colombia. Y reafirmando que el 80% de los homicidios están siendo cometidos con armas de fuego, en tanto que las armas blancas aportarán la participación restante.Lo relevante aquí es, que mientras el país político se deshace en las tensiones entre los defensores del SÍ o el NO a los Acuerdos suscritos en La Habana entre el gobierno y las Farc, el país de los peatones sigue sumido en una espiral de violencia que las autoridades no logran contener. Es la guerra que se vive diariamente en las calles del país, en particular la que producen los dos nuevos flagelos de la violencia en la sociedad colombiana: el microtráfico y la extorsión. En el caso del microtráfico, la proliferación de bandas en los pequeños y medianos municipios del país comienza a ser relevante. Lo que antes era un problema de ciudades grandes como Bogotá, Medellín o Cali, ahora es un problema en Armenia, Neiva o Manizales. Lo grave es que las bandas ya no sólo están apareciendo en los cinturones marginales de las ciudades, sino que ahora se trata de muy organizadas bandas que se mueven por los centros urbanos con gran facilidad y tienen sus sedes de operaciones principales en torno a universidades, colegios y escuelas públicas y privadas. Allí desarrollan estrategias muy sofisticadas con las que buscan enganchar a niños de corta edad en el consumo de los narcóticos, con la perspectiva de convertirlos luego en sus propios distribuidores. Por su parte, el delito de extorsión está estrechamente ligado a la aparición y consolidación de bandas armadas en las ciudades del país. En la medida en que esas bandas han asumido el control territorial en barrios o en veredas, se convierten en fuerzas que se sienten con el derecho de cobrar a los residentes o transeúntes un ‘impuesto de seguridad’. Los cálculos de la policía muestran que 2 de cada 3 casos de extorsión, son producidos por la delincuencia común en tanto que el restante se lo disputan las Farc, el ELN y las Bacrim.El caso de la ciudad de Medellín es ilustrativo. El 80% de los barrios está bajo la acción de bandas armadas. Sus habitantes han tenido que pagar más de 9 mil 440 millones de pesos para que tenderos, taxistas, propietarios de carros y motos, o cualquiera que tenga un negocio de barrio, puedan trabajar sin que sea atacado permanentemente por los criminales.Es esa ‘otra guerra’ que no podemos perder de vista. La guerra silenciosa que tiene a los ciudadanos contra la pared y a las familias de las víctimas, sacrificando colombianos que sin duda estarían ayudando a que este fuera un país mejor. Por lo menos mientras en La Habana las Farc deciden si les gustan o no los ajustes propuestos por los del NO.