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No hay que inventar la rueda

En un país acostumbrado a ver cómo se despilfarran los recursos públicos...

22 de agosto de 2016 Por: Pedro Medellín

En un país acostumbrado a ver cómo se despilfarran los recursos públicos en la agricultura, todavía nadie se cree que el campo vaya a ser el agente dinamizador del ‘postconflicto’. Y no porque no haya gente capaz de emprender proyectos productivos, sino porque los campesinos se han convertido en el coto de caza de los buscadores de renta, nacionales y extranjeros.Hay que ver los miles de millones de pesos públicos y privados invertidos en ‘proyectos productivos’ que han terminado en despilfarro y corrupción en todo el país. Basta con leer la crónica publicada por Salud Hernández en El Tiempo la semana pasada, para entender cómo es que 7 mil millones de pesos destinados a reforestar los ríos Putumayo y Mocoa, van a terminar perdiéndose, “porque no reúne las condiciones técnicas para su ejecución”. Igual que otros tantos miles de millones que se pierden cuando les da a los expertos por imponer a los campesinos siembras de ‘productos altamente rentables’ para los que no se tiene asegurado el mercado. O si lo tienen, los productores no cuentan con las condiciones de infraestructura de riego, capacidad productiva o las vías necesarias para sacar las cosechas de las fincas.Pero eso no solamente sucede en el Putumayo. Aquí también, en el Valle, no se sabe cual es el resultado del plan hortifrutícola contratado por la gobernación de Wbeimar Delgado con la Fundación Universidad del Valle. Costó más de 10.500 millones de pesos, y no se conocen conclusiones, ni recomendaciones para avanzar en un proyecto que prometía una nueva fuente de desarrollo. Lo mismo ocurre, en mayor o menor medida, en todo el país. Con cargo a las regalías o a la cooperación internacional, se contrata o apoya el desarrollo de costosos proyectos, que no llegan a mostrar algún beneficio productivo, distinto de ser un negocio de fundaciones o grupos de expertos que sacan provecho a la necesidad de los campesinos de buscar mejor rendimiento o comercialización de sus productos. En todos los casos, el común denominador de estos ‘proyectos productivos’, está en las visitas de un ejército de expertos que llegan para ‘prestar asistencia técnica’, como si se tratara del primer día de la creación, como en una sucesión de ‘modelos’ que se proponen como la última y más eficiente alternativa para transformar de una vez por todas al agro colombiano. Bajo esta óptica, se puede hacer una lista tan extensa de ‘entidades promotoras’, que llenaría varias páginas de este periódico. Por eso se entiende el creciente disgusto y la cada vez mayor desconfianza de los campesinos hacia este tipo de programas o iniciativas públicas y/ privadas. Y resulta mucho más comprensible, que hayan sido los propios campesinos los que hayan decidido emprender por su lado, a su propia iniciativa, programas de asociación (por cooperativas) para el desarrollo de los proyectos productivos, en los que ellos mismos buscan alternativas para asegurar su viabilidad.La semana pasada, por iniciativa de Usaid, se realizó una reunión en Santander de Quilichao, en la que se mostraron distintas experiencias exitosas de asociatividad de pequeños productores en los que se observó tres grandes lecciones que en el ‘postconflicto’ se debían aprovechar: 1) Los proyectos productivos son exitosos cuando en la base está priorizado el desarrollo social y no el productivo que, en resumen, debe ser una herramienta, no un fin. 2) Los campesinos son los que saben cuáles son sus necesidades y desconfían que en el ‘postconflicto’ se quede todo en un discurso de plaza y con las regalías robadas en proyectos que ellos no necesitan. Hay que escucharlos. 3) Que no se inventen la rueda: hay asociaciones exitosas y de ellos deben salir los modelos, no los cultivos de ‘moda’ que invaden el campo con semillas y productos que no tienen sostenibilidad en el tiempo.