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La tarea de gobernar

No hay una tarea más ingrata y más incomprendida que la de gobernar. Nadie la juzga desprovisto de pasiones o de intereses. Tampoco nadie se acerca a ella si no está movido por la una o la otra.

26 de marzo de 2017 Por: Pedro Medellín

No hay una tarea más ingrata y más incomprendida que la de gobernar. Nadie la juzga desprovisto de pasiones o de intereses. Tampoco nadie se acerca a ella si no está movido por la una o la otra. El problema está en que no hay nada que empañe más la razón, obstruya los argumentos o que desborde los límites de la sensatez, que las pasiones o los intereses. Así, cuando se acercan al gobierno, o cuando lo rechazan, solo pueden observarlo desde su propia perspectiva. Bien para atacarlo o bien para defenderlo.

Esta reflexión viene porque en estos días ha circulado una carta que aparece firmada por la hija del Alcalde en la que se propone explicar la labor de su padre al frente de la Alcaldía. Más precisamente quiere responder a quien lo critica diciendo que es “muñeco pintado en la pared a quien le quedó grande la ciudad”. Y para lograr su objetivo trata de mostrar algunos de los resultados que ha dejado el gobierno local en los temas de seguridad, generación de oportunidades, la reforma administrativa o el plan Jarillón.

No hay duda que la calificación de quien critica la gestión del Alcalde, como aquella que la defiende, están movidas por las pasiones. Uno para ofender por la irresponsabilidad de haber asumido la alcaldía sin estar preparado. Y la otra para avergonzar por la inconsecuencia de criticar sin tener la información para hacerlo. Y su apasionamiento es tal, que se llega a preguntar “si tanto sacrificio personal y familiar vale la pena. Si luchar día a día por sacar adelante esta ciudad, pelear en contra de tantos intereses individuales y tratar de hacer lo mejor pensando siempre en el bien común dará resultados”.

Lo primero que hay que decir es que, por su naturaleza, la tarea de gobernar impone sacrificios a quien la asume. Gobernar significa conducir a los gobernados hacia un estado de cosas en donde se privilegie el bien común. Y eso implica imponer una disciplina, un orden en el que cada quien tiene una tarea que cumplir y un esfuerzo que aportar. Y el que gobierna es el primero que debe asumir esa disciplina y dar el ejemplo. Tendrá que levantarse de primero y acostarse de último, pensando siempre que su tarea no es otra que la de enfrentar y vencer tantos intereses particulares, para que sus portadores dejen de pensar en su propio beneficio y comiencen a pensar en el de los demás. Eso tiene costos personales, familiares, incluso de salud. Y cuando asume la tarea debe ser consciente de ello.

Eso implica, primero, que no se gobierna para resolver problemas. Se gobierna para conducir a la sociedad a una situación mejor de la que se está viviendo. Se trata de procurar las condiciones para que cada uno de mis miembros de la sociedad sea considerado y viva dignamente, respetado y valorado por los demás; y con las herramientas necesarias para progresar como individuo y como parte de una sociedad. Y a esa mejor situación no se llega (solamente) haciendo obras o reduciendo los indicadores de violencia o exclusión social.

Y segundo, que el gran esfuerzo de quien gobierna está en lograr que los gobernados entiendan que el gran objetivo que los debe mover a todos es el logro del bien común. Y que el bien común comienza con el acatamiento de las leyes y el respeto a sus conciudadanos. Ese es el gran desafío, pero la meta se aleja cada vez más.

Los caleños respetan cada vez menos la ley y mucho menos a sus conciudadanos. Si esos comportamientos no se reversan, seguiremos en una ciudad en la que los ciudadanos, cada vez más, reclamarán el derecho a la movilidad, pero no cumplirán con sus deberes de respetar las normas del tránsito; exigirán inversiones pero no pagarán los impuestos... y así, por más reducción logros que se tengan en seguridad o en inversiones para los excluidos, no vamos a lograr una sociedad mejor. La tarea de gobierno hay que reorientarla por ahí. Y sin apasionamientos asumir el desafío.