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Hay ocasiones

Acepté el reto de dirigir la Esap, porque la quiero convertir una de las mejores instituciones de educación superior en Iberoamérica.

5 de mayo de 2019 Por: Pedro Medellín

Hay ocasiones en que la vida nos pone a tomar decisiones que implican cambios profundos. Y no es que la vida nos vaya arrastrando y que, por lo que llaman “las cosas del destino”, tengamos que tomar decisiones que no queremos, ni aceptar cambios que nos resistimos a asumir. No. Las decisiones a las que nos vemos enfrentados no son otra cosa que el resultado de todo lo que, cada día, hemos ido construyendo como proyecto de vida. Con equivocaciones y aciertos, con fortalezas y debilidades, somos lo que hemos querido ser. Ni más ni menos.

A estas alturas de mi vida, en que supone debería estar pensando en aceptar la invitación a seguir mi vida académica en una universidad del exterior, he decidido aceptar un cargo público: la dirección nacional de la Escuela Superior de Administración Pública. Una institución desprestigiada y arrasada por los politiqueros.

Y acepto el reto por tres razones. La primera es que el país está atravesando una crisis de la que no nos podemos sustraer. Ni en la que tampoco podemos mantener la cómoda posición de cuestionarlo todo, sin ninguna consecuencia. En medio de una polarización, en la que cada quién solo tiene la fuerza para bloquear a los demás pero no la sabiduría para liderar una fórmula de salida, tenemos la obligación moral de asumir responsabilidades y buscar las alternativas que ayuden a resolver la crisis que vivimos.

La segunda razón es de orden ético. Las instituciones de educación pública, y en particular aquella que es responsable de la formación de los que van a administrar los recursos públicos, no pueden seguir a la deriva intelectual de un profesorado derrotado por los politiqueros, ni destrozados por la voracidad de los corruptos que solo ven en estas entidades, una oportunidad para enriquecerse.

Y en tercer lugar, porque se trata de la población estudiantil más pobre del país. Más de 15 mil muchachos de estratos 1 y 2 no pueden seguir en manos de ineptas y voraces dirigencias. Robarle calidad a la educación de estos muchachos, resulta tan criminal como alimentar a los niños con comida descompuesta. Si queremos que esta sea una sociedad más igualitaria e incluyente, pues debemos comenzar por ofrecer la mejor educación a los más pobres. Es el único camino de salida para que esos muchachos tengan un futuro promisorio.

Acepté el reto de dirigir la Esap, porque la quiero convertir una de las mejores instituciones de educación superior en Iberoamérica. Si tenemos un buen centro de formación de los administradores públicos, vamos a tener una muy buena administración pública. He convocado a los mejores académicos del país y algunos del exterior, para que me ayuden en la tarea. Y han aceptado, sin condiciones. No importan los bajos pagos que van a significar. Todos sabemos que es una tarea que vale la pena.

Con esta decisión, para mí se cierra un ciclo que comenzó en un octubre de 2008, cuando dejé mi carrera como profesor titular de la Universidad Nacional para seguir el más ilusionante de los proyectos, que tuvo como polo a tierra a uno de los mejores centros de mediación de conflictos en el mundo. Ahora, que estoy de vuelta en la Universidad Nacional, gracias a la generosidad de mis colegas, emprendo este nuevo camino.

Sin embargo, la inmensa ilusión que produce el reto, también me implica la más costosa de las decisiones: dejar escribir esta columna para El País. Era mi manera de entrar y permanecer en mi casa y en las casas de todos, con el mensaje de que no debemos ceder un centímetro en la convicción de que podemos vivir en una ciudad y en un país mejor. Era la manera de agradecer a todos por el afecto con el que me han recibido y con el que me han hecho saber que se trataba de una tarea que valía la pena. No me despido, porque volveré. Hay ocasiones en que la vida…